Relato sexo gay (El Lazo Prohibido)
Era una pequeña ciudad, en una maraña de prejuicios y expectativas sociales, vivían dos hombres cuya amistad parecía inquebrantable. Roberto y Andrés eran compañeros inseparables; compartían risas, secretos y aventuras juntos. Pero detrás de esa fachada de amistad, latía un amor profundo y apasionado que solo ellos dos conocían. Un amor que ardía por convertirse, transformarse en noches apasionadas de sexo gay.
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En un mundo que a menudo
En este mundo que a menudo juzga y discrimina, Roberto y Andrés habían aprendido a ocultar su verdadera conexión. Habían sido amigos desde la infancia. Pero con el tiempo, descubrieron que su amor trascendía los límites de una simple amistad. Eran almas gemelas, destinadas a encontrarse y a desafiar las convenciones sociales. Y algo dentro suyo los llamaba, algo muy hondo.
Las miradas cómplices y los gestos cariñosos se volvieron cada vez más intensos. Y pronto ambos se dieron cuenta de que lo que sentían era más que una amistad profunda. Era un amor que los consumía. Un lazo inquebrantable que solo se fortalecía con el tiempo. Un deseo ardiente y furioso de sexo gay, de sentir al otro. Pero tenían miedo, miedo a ser rechazados, miedo a ser señalados y miedo a perder todo lo que conocían.
A medida que sus sentimientos se intensificaban, Roberto y Andrés se encontraban en un constante juego de ocultamiento. Se veían a escondidas y se comunicaban en secreto. Y se entregaban el uno al otro en la intimidad de sus momentos compartidos. Eran una isla de amor en medio de un océano de restricciones y expectativas.
Cada encuentro de sexo gay
Cada encuentro era una oda al amor prohibido. Los dos hombres encontraban refugio en los brazos del otro, dejando que sus cuerpos y almas se fusionaran.
En medio de la oscuridad, en habitaciones ocultas, sus cuerpos se encontraban. El roce de la piel del otro, el contacto masculino de los labios. Los cuerpos llenos de rizados vellos que hacían áspero el tacto. La fortaleza, la hombría. Ese almizclado perfume que era expulsado de la boca de ambos. Se veían envueltos en un frenesí que parecían no parar. En esa oscuridad, durante esas sesiones intensas de sexo gay, parecían follar con las sombras. La sombra tomaba el pene con firmeza y lo masturbaba. Abría su culo, lubricado, dispuesto a recibir a una gruesa polla dentro. La sombra se corría sobre esa espalda masculina, ancha y poderosa. Las sombras luchaban, amándose y deseándose a la vez.
Pero el temor siempre estaba presente. Un temor que amenazaba con desgarrar su frágil equilibrio y exponer su amor al mundo.
En cuanto a su vida cotidiana, Roberto y Andrés debían ser cuidadosos. Sus gestos cariñosos se limitaban a abrazos fraternales y sonrisas cómplices. Pero detrás de esa fachada de amistad, ardía una llama que no podía ser extinguida. Eran dos hombres enamorados, que se deseaban. Y dispuestos a enfrentar cualquier adversidad con tal de preservar aquello que tanto disfrutaban, ese deseo ferviente que siempre llevaban quemando en el pecho.
Los días y las noches pasaban
Los días y las noches pasaban, y el amor entre Roberto y Andrés se fortalecía. Pero también lo hacían los conflictos internos.
Ya no bastaban esas noches en hoteluchos, donde se follaban a las sombras del otro. Deseaban verse. Poder estar juntos a plena luz del día. Poder tocarse, mirarse, y nos entirse juzgados. No sentirse apenados de ese deseo tan natural y tan vivo que tenían dentro. De ese gusto tan marcado por el otro hombre, el hombre amado.
Se cuestionaban si debían enfrentar la verdad y enfrentar las consecuencias. O si debían mantener su relación en secreto para protegerse a sí mismos y a aquellos que los rodeaban.
Finalmente, llegó un punto de inflexión en sus vidas. La tensión se volvió insoportable y la necesidad de vivir su amor en libertad se convirtió en una fuerza irrefrenable. Decidieron enfrentar el mundo juntos, sin importar las consecuencias
El camino no fue fácil. La sociedad los miraba con ojos críticos, los prejuicios y el rechazo los rodeaban. Pero Roberto y Andrés se aferraron a su amor y a su valentía, dispuestos a luchar por la felicidad que tanto anhelaban.
Las sombras se fueron desvaneciendo
Así, las sombras se fueron desvaneciendo. Símbolo de esa lucha que tenían con la vergüenza que sentían, eran esos encuentros de sexo gay. Encuentros llenos de placer y deseo. Pero también de vergüenza. Donde no encendían las luces de los hoteluchos, un poco avergonzados ambos de lo que sentían.
Pero, al poder vivir en completa libertad, pudieron hacerlo por primera vez con las luces encendidas.
Pudieron mirarse, pudieron reconocerse. Esta es tu desnudez, Roberto. Esta es tu desnudez, Andrés. Este lunar que tienes aquí, y esta cicatriz que tienes aquí. Me gustan tus piernas. tu ingle. tu polla, déjame chuparla. Y cogiéndose ambas pollas, en una posición perfecta de 69, caen en la cama. Y se chupa. Se chupan como se no hubiera un mañana-. Se comen sus pollas, y lamen sus escrotos.
Violentamente se dan vuelta y empiezan a luchar. Empiezan a danzar. Empiezan a encontrarse en ese constante baile que es su propio sexo, su propia forma de sexo gay. Ese baile en el que uno es sometido. Sometido a un placer enorme, del otro. Y mientras tanto, con su mano, también se toca, también se masturba.
El otro le da la vuelta, lo pone boca arriba, y lo besa. Pero también lo penetra. Entra en el en toda su extensión. Él, por su parte, se masturba, disfruta, gime, gruñe.
Con el culo lleno, siente que se va a correr. Y se corre, en su propio vientre. Poco después, siente toda la descarga de su amado dentro suyo. Este lo mira a los ojos, ambos pares bien abiertos y brillantes. Se miran, y se besan. Se reconocen. La vergüenza ha desaparecido, por fin.
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