Relato sexo en el cine (Noches melancólicas)
Había un hombre melancólico y solitario cuyo nombre se había perdido en el viento. Sus días estaban llenos de penas y su corazón cargado de una tristeza que parecía no tener fin. Pero era cuando caía la noche y las estrellas iluminaban el cielo que su espíritu encontraba un extraño alivio en una de las emociones más oscuras: el terror. Este hombre solitario no buscaba la compañía de otras almas en pena ni tampoco anhelaba el consuelo en la luz. No, su refugio se encontraba en las oscuras salas de cine. Lugares donde las sombras danzaban y los miedos se materializaban en la pantalla plateada. Allí, se mezclaba entre el vacío, en una extraña comunión con aquellos que buscaban la misma sensación de temor y escalofrío. Y mientras otros tenían sexo en el cine, él miraba la pantalla.
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Cada noche se dirigía al cine
Cada noche, se dirigía al cine, su santuario personal, donde se sumergía en un mundo de horror y suspenso. Las películas de terror eran su única compañía, su escape de la realidad que tanto lo atormentaba. Se sentaba en la última fila, donde la oscuridad era más densa. Y se perdía en las imágenes aterradoras que se desplegaban ante sus ojos.
En esa penumbra cinematográfica, el hombre solitario encontraba consuelo en el miedo. Las historias de fantasmas, monstruos y asesinos en serie eran un bálsamo para su alma atribulada.
En aquellas funciones, donde la sala estaba casi vacía y en plena oscuridad, parejas disfrutaban. Mujeres, con hombres, hombres con hombres. Daba igual. Las parejas que querían un polvo rápido, sintiendo la adrenalina de llegar a ser descubiertos, se dejaban caer por aquel viejo cine. Y eso hacía que las películas, junto con gritos de susto, estuvieran aderezadas con ruidos de sexo en el cine. El miedo y el placer. El sexo y el terror. El hombre incluso a veces se masturbaba, tristemente, escuchando los gemidos…
Y a medida que las horas avanzaban, el hombre solitario se sumergía cada vez más en la atmósfera tenebrosa del cine. Sus propios miedos y angustias se desvanecían en comparación con los horrores ficticios que se desarrollaban en la pantalla. Esto le generaba un poco de paz, esa paz que tanto necesitaba y que tanto anhelaba. En ese espacio de sombras y criaturas monstruosas, se sentía vivo. Como si su sufrimiento fuera compartido por aquellos seres de ficción.
El hombre solitario anhelaba algo más
Al salir del cine, el hombre solitario caminaba por las calles vacías, sintiendo cómo la oscuridad de la noche se adhería a su ser. Sus pasos resonaban en el silencio, pero su mente seguía poblada de imágenes aterradoras. El mundo real palidecía frente a la intensidad de sus pesadillas proyectadas en el cine. En la soledad de la noche, encontraba consuelo en su dolor compartido con las criaturas de ficción.
Sin embargo, a pesar de su fascinación por el terror, el hombre solitario anhelaba algo más. Detrás de su aparente fascinación por lo oscuro y lo macabro. En otro lugar profundo, había un deseo oculto de encontrar la luz en medio de la oscuridad. Soñaba con descubrir una conexión real, un ser humano que pudiera entender su dolor y compartir su carga. Y pensando en esto, recordaba a las parejas que siempre veía. Algunas asiduas, algunas de una noche. Parejas que, en medio de esa oscuridad, en potentes y apasionadas sesiones de sexo en el cine, parecían haber encontrado esa luz.
En sus noches de terror en el cine, el hombre solitario comenzó a darse cuenta de que no estaba solo en su búsqueda. Al igual que él, había otros corazones solitarios, almas perdidas y heridas que encontraban consuelo en los abrazos del miedo. Las sombras del cine se convirtieron en un punto de encuentro para aquellos que buscaban sentirse vivos en medio de la muerte ficticia…
Se imaginaba cómo sería tener sexo en el cine
Se imaginaba cómo sería tener sexo en el cine. Se sentía solo y se imaginaba otro cuerpo, de un hombre, de una mujer. otro cuerpo que desnudaba únicamente sus genitales. Que los dejaba limpios para ser penetrados por él. Para entrar y satisfacerse, pero a la vez satisfacer. Y en el día, cuando debía enfrentarse a su terrible realidad, no hacía sino pensar en esto.
Es por eso por lo que, en una de estas noches, decidió sentarse en un sitio distinto.
Ya sabía cómo funcionaba aquello, lo había vito tantas veces…
Y aunque en muchas ocasiones sintió el impulso de intentarlo, algo lo había paralizado. Pero ese día, algo estaba sucediendo. Algo muy dentro suyo quemaba, sentía que ese era el día.
Se sentó en ese lugar diferente a su acostumbrado rincón. Cerca suyo, una pareja empezó a besarse. Rápido la cabeza de ella desapareció entre los asientos. Él echó la cabeza hacia atrás y la dejó chupar. Mientras, alguien se sentó a su lado. El hombre solitario volteó. En un par de palabras, todo estaba arreglado.
Una mano se deslizó hacia su pantalón, descubriendo su polla. El otro hombre, empezó a frotarlo, a chuparlo. Cuando se dio cuenta, tenía un condón puesto, y el hombre brincando sobre él. Tal y cómo se lo había imaginado, solo desnudo de los genitales. Solo dándole su desnudez ligeramente. Ambos disfrutando de un momento. Perdiéndose entre las tinieblas. Encontrando alivio para ese deseo. Encontrando alivio trivial en medio del terror.
En la pantalla, una mujer gritaba chillonamente, de forma terrible. Estaba siendo apuñalada. A modo de puñal, su pene penetraba a aquel hombre.
Espera a que termine la función
Cuando acaba, el hombre se sube los pantalones y se va. Pero él se queda ahí, esperando a que termine la función. Otros se acercan, esperando, buscando lo mismo. Pero él ya está saciado. Se siente en paz. Se siente limpio. Siente que se ha encontrado algo de luz en la oscuridad, ene se orgasmo potente dentro de otro hombre.
Espera a que la función se termina, y luego se levanta, como cualquier otro día, y se va.
Y así, el hombre solitario siguió su camino, caminando entre las sombras. Pero sin dejar de pensar en ese momento sublime. En esa escena cinematográfica de sexo en el cine que protagonizó. En ese encuentro placentero que, por lo pronto, buscará repetir…
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