Ropa para caballeros
La tienda de ropa masculina en la que trabajo es muy conocida en toda la ciudad, y suelen venir caballeros de todas partes a comprar trajes de vestir de la mejor calidad. Mi deber como dependienta es dar un trato excelente y hacer que los clientes se vayan con una enorme sonrisa de satisfacción en su rostro.
Cuando salí de casa esta mañana, pensé que sería un día normal usando la plancha a vapor, doblando ropa, puliendo hebillas y atendiendo a caballeros que siempre iban con el tiempo justo. Llegué cuando mi compañera encendía las luces de la tienda, ese día trabajaríamos pocas chicas y todo el peso de la rutina en la tienda caía principalmente sobre mí.
―Esta tarde estaremos atendiendo a un caballero muy importante, María ―había anunciado mi jefa con aburrimiento antes de desaparecer en algún lugar de la oficina.
El reloj de la tienda indicó las 15hrs cuando un caballero alto de cabello plateado entró a la tienda con paso ligero junto a dos escoltas. Inmediatamente me acerqué a dar la bienvenida con una enorme sonrisa en el rostro que rápidamente se convirtió en una un poco más picara. El hombre no era particularmente atractivo, pero tenía unos ojos marrones muy intensos que miraban todo como si pudiera obtener cualquier cosa por el precio adecuando; y eso me incluía a mi también.
―Quiero comenzar mirando corbatas ―anunció el hombre con un acento que denotaba que el castellano no era su lengua materna.
Lo guié de inmediato a la sección de corbatas, sintiendo su mirada en mi culo durante todo el camino. Mientras explicaba las opciones disponibles con todo el profesionalismo que me permitía el deseo que comenzaba a instalarse en mi vientre como lava.
Sus manos tocaron las corbatas con aire pensativo antes de preguntarme con suavidad:
―¿Qué material le gusta más sentir contra su piel? ―Ante esa pregunta inusual, mis ojos se movieron directamente hasta el lugar que ocupaba mi compañera detrás de la caja de cobros, donde parecía muy ocupada revisando varias prendas.
―Me gusta la seda, señor ―respondí en baja voz antes de morderme un poco el labio.
―Toma 5 corbatas de seda de colores distintos ―dijo el caballero arrastrando sus ojos por todo mi cuerpo.
―Por supuesto ―respondí de inmediato mientras levantaba la vidriera para tomar los modelos que me parecían más hermosos.
A medida que pasábamos las distintas secciones de ropa, más calor parecía emitir mi cuerpo. Tenía la piel erizada y los pezones erguidos contra mi sujetador de encaje; aquel hombre no me apartaba la mirada de encima. Parecía más interesado en mi que en las piezas de ropa cara.
―Sígame por aquí por favor, le enseñaré donde están los probadores ―dije por fin, cargando los brazos llenos de prendas para probar.
―Quedaos aquí ―indicó el hombre a sus guardaespaldas.
Entré temblorosa al probador del centro y comencé a colgar la ropa para facilitar el cambio. Mi respiración se agitó audiblemente cuando él entró en el pequeño espacio, robando todo el oxigeno.
―Es usted muy diligente, señorita ―susurró él mirándome como un depredador.
―Es parte de mi trabajo hacerlo sentir cómodo, señor ―dije con el rostro enrojecido.
―Me haría sentir muy cómodo si me ayudara a probarme la ropa ―aseguró él abriéndose la camisa.
Tragué saliva con la sensación de que mi cuerpo comenzaba a hormiguear por todas partes. Asentí con la cabeza, mientras tomaba una camisa blanca. Servir a un hombre a veces me resultaba una experiencia sumamente excitante, y mientras lo ayudaba a ponerse la camisa, sentí mis bragas completamente húmedas.
―Trae la corbata roja ―pidió él con suavemente.
Me moví lo más rápido posible para cumplir su orden. Cuando comencé anudarle la corbata en el cuello, él me detuvo con gesto firme y tomó la prenda de mis manos. Miré inmóvil como me ataba las muñecas firmemente antes de deslizarse más cerca de mí.
―He percibido ese coño desde que entré a la tienda ―me dijo en el oído, causándome escalofríos con su aliento caliente y lascivo―, tu misión es hacerme sentir cómodo ¿no? Usaré ese coñito tuyo para complacerme a mi mismo.
Sólo alcancé a gemir quejumbrosamente antes de sentir unos dedos expertos deslizándose por el interior de mi muslo hasta encontrar mis bragas mojadas. Sentí mi rostro enrojecer completamente cuando lo escuché reír de gusto.
De pronto fui empujada hasta quedar de rodillas frente a su bragueta tensa por la enorme erección que tenía. No esperé ninguna orden antes de trabajar con esmero en abrirle los pantalones con mis manos atadas, con la misma emoción que puede tener alguien que desenvuelve un regalo. Su polla dura y venosa me recibió como un resorte, me moría de ganas de chupársela y eso hice.
Trabajé su erección con mi boca y mis manos atadas lucharon por alcanzar mi coño entre la falta para poder acariciarme a gusto. La mano de él tomó mi moño en lo que me pareció un breve gesto de amabilidad, antes de que mi cabeza fuera empujada con fuerza para enterrar esa polla en lo profundo de la garganta. Él se folló mi boca con dureza sin importar que mis ojos se llenaran de lagrimas o que me ahogara, lo cual me excito de una forma que nunca antes hubiera imaginado.
―Ponte a cuatro patas, voy a follar ese coñito de húmedo que tienes ahí ―dijo él soltándome por fin.
Obedecí ansiosa por ser llenada completamente y eché mis bragas a un lado. Miré como se ponía un condón con rapidez y antes de que pudiera tomar una bocanada de aire, su polla me llenó por completo con un sonido húmedo que me hizo enrojecer nuevamente. El ritmo que impuso con sus caderas fue cruel y profundo, chocando sin parar contra un lugar delicioso ubicado al fondo de mi. Una de sus manos viajó a mi boca, donde dos dedos atravesaron mis labios.
―Este si es un coño dispuesto a servir… ―dijo el hombre riéndose mientras aceleraba los embistes.
Su otra mano comenzó a caer sobre mi culo fuerza, haciéndome sentir un dolor y picor que profundizaban mi placer. En algún punto comencé a correrme casi por sorpresa y el orgasmo se extendió por lo que parecieron minutos enteros. De pronto las embestidas cesaron y lo escuché gemir suavemente mientras su polla palpitaba en mi interior, corriéndose sin parar.
Salió de mí suavemente, dándome una nalgada cariñosa en el culo. Mientras intentaba recuperar el aliento, lo sentí vestirse nuevamente con calma.
―Llevaré todo lo que has elegido ―habló cerca de mí antes de que sentir que algo se deslizaba debajo de un lateral de las bragas―, has dado un excelente servicio.
Luego de esto salió del probador y me incorporé temblorosa, descubriendo los billetes que había puesto en mi ropa interior y que sumaban una gran cantidad de dinero. Sintiéndome un poco apenada por mi perdida de control, pero muy complacida, volví a arreglarme la ropa y el pelo antes de llevar todas las prendas a la caja, donde mi compañera hizo el cobro.
Me despedí del caballero con una sonrisa satisfecha en el rostro, pidiéndole que volviera pronto, a lo que él respondió con una sonrisa ligera y un movimiento de manos.
Fin.