Un relato digno de dos amantes
Me gusta disfrutar del sexo. Es algo que siempre he sabido y he dedicado conscientemente gran parte de mi vida a ello. Si, de repente, el día de mañana no pudiera estar con una hermosa dama, entonces creo que mi vida no tendría sentido. Mientras tanto, tomo, cada vez que puedo, esos placeres que la vida me permite tomar.
Siendo un hombre solvente, con un trabajo bien remunerado y suficiente tiempo libre como para no preocuparme de nada (y también la libertad de no tener ni esposa ni hijos), reparto mi tiempo entre pasatiempos un poco más vulgares, como la lectura o el deporte, y el resto del tiempo disfruto entre los brazos de damas que saben complacerme.
No quiero que se me malinterprete. Claro que puedo disfrutar de la adrenalina del flirteo, tanto con mujeres maduras como con mujeres jóvenes, deporte este que es muy grato para mí. Con ambas disfruto por igual: con las mujeres jóvenes, disfruto su inocencia, y como muchas de ellas creen que son muy maduras para los chicos de su edad, cuando la realidad es que aun tienen una vida larga trabajosa en frente de ellas. La vida no es fácil para nadie y la experiencia no es algo de lo que den muestras gratis en ninguna esquina. Dios, esto lo he aprendido a la fuerza.
Pero también el acercarse a señoras de cierta edad puede ser muy esitmulante. Especialmente por toda la experiencia que ellas tienen. Como dije, la experiencia, la pericia, no es algo que te regalen, y mientras que en las mujeres jóvenes la inocencia es lo que me atrae, en las mujeres mayores es la sabiduría la que me seduce y me acerca a ellas, que en vez de mostrar de una vez todas sus cartas, siempre se guardan lo mejor para el final. Son mayores los retos, y las conversaciones suelen ser tan deliciosas como la carne siendo penetrada y los gemidos calientes en la oreja.
Si, soy un hombre que disfruta de este deporte, pero lo que más disfruto es estar con mujeres dedicadas a dar placer. Mujeres que, al igual que yo, hayan dedicado su vida de una forma constante y consciente a hacer del placer algo más que simplemente una sensación física que hace que nos olvidemos de todos nuestros problemas, sino un estilo de vida, donde incluso ciertas cosas que a algunas personas les pueden parecer impensables terminen por llevarnos a nosotros a la luna.
Hemos intentado de todo, y casi siempre tenemos excelentes resultados, que serían dignos de ser narrados en los libros de Henry Miller y Anais Nin.
Aquí la veo frente a mí, mientras en mi mente repaso multitud de cosas. Entro en un estado que parece febril, enfermizo. Me elevo con estas sensaciones, mientras ella me chupa con energía, con fogosidad, con ferocidad. Me traga en toda mi extensión, y eso que hay mucho que tragar. Me succiona como si fuera una aspiradora, me lame como a una golosina y me disfruta.
Chupando mis testículos, me masturba con una pericia que muy pocas mujeres tienen. Casi como si fuera mi propia mano la que me estuviera proporcionando este deleitoso momento.
La escucho gruñir, este tipod e ncosas, que le lleva tanto esfuerzo físico, la ponen más salvaje. En su cara parece decirme que quiere abalanzarse sobre mi y devorarme. Me acerco un poco a su boca y la beso, introduzco mi lengua y ella me recibe con la suya. Nos besamos y me sigue frotando. No quiero que pares, le digo. Sigue.
Me corro en su boca, en toda su extensión. Ella me recibe como si fuera dulce. Me lame, me succiona, me deja seco de nuevo, y cuando se levanta, me besa. Nos besamos apasionadamente y esto parece excitarla.
Quiero llenarla por completo, marcarla en todos los agujeros, que tenga mi semilla en todos los sitios, y esto apenas comienza. Lo más delicioso de decirse a trabajar el placer conscientemente es que puedes disfrutar sin parar. Y eso es lo que pienso hacer, entrando húmedo y en toda mi extensión en su delicioso coño, que se abre para mi como una flor. Ábrete y déjame entrar, le digo, que deseo correrme dentro de ti. Y que Henry Miller y Anais Nin canten sobre nosotros allá abajo, o allá arriba, quién sabe.
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