Lo que una mujer merece
Amaya entró en lugar, cerrando la puerta tras de sí, mientras sentía cómo le temblaban las manos.
Había entrado en contacto con ese hombre gracias a una amiga suya, Rosario, quien ya lo conocía de tiempo atrás y con quien, de vez en cuando, disfrutaba de una romántica y deleitosa experiencia.
«Eso es justo lo que necesito», pensaba Amaya.
Después del divorcio, su vida se había ido por el caño. Se sentía frustrada porque aquello hubiera fracasado. 5 años de su vida, completamente perdidos, sin hijos, sin propiedades, nada. Solo 5 años en los cuales dormía, noche tras noche, creyendo amarlo, pero sin sospechar que él, en realidad prefería a alguien más.
El hombre que recibió a Amaya, se veía mucho mejor que en las fotografías. Elegantemente vestido, con buenos modeles y moderación al hablar. Cualquiera podría decir que elegía muy bien sus palabras, aunque hablaba con toda naturalidad.
Hacía que Amaya se sintiera cómoda, pues la trataba como si ya se conocieran de toda la vida.
Varios meses Amaya mujer estuvo en un espiral de vicios y problemas, que casi acabó con su vida, un fatídico día en que casi se estrella contra un camión, volviendo a casa borracha como una cuba luego de llorar durante horas frente a un hombre que solo pretendía escucharla para acostarse con ella. Ella lo sabía, porque a pesar de estar en un punto tan bajo, se seguía sabiendo hermosa, con un culo redondo y apetitoso, y un par de pechos grandes que siempre usaba con escote, haciendo que inevitablemente las miradas bajaran.
Luego de aquel susto, se había decidido a cambiar su vida, y así lo había hecho.
El hombre tomó la mano de Amaya mientras le servía una copa de un delicioso cava. Ella estaba tan nerviosa que se lo bebió de un sorbo. Tenía mucho tiempo sin estar en presencia tan íntima con alguien del sexo opuesto. El hombre le sonrió con dientes perfectos y juguetones, sirviéndole otra copa.
Su pecho era grande y fuerte, al igual que sus brazos. Tenía unas piernas fuertes de futbolista, que sobresalían gracias al pantalón ajustado, al igual que lo que había en medio de ellas.
Luego del trago, el hombre volvió a tocar su mano y ella se sintió estremecerse. La acariciaba con suavidad, como no suelen hacer los hombres, y poco a poco se iba acercando más.
Ella no se dio cuenta cuando el hombre estaba detrás de ella, masajeándole la espalda. Se relajaba cada vez más y se dejaba ir.
Las caricias en los hombros se volvieron besos dulces en el cuello, y subiendo por sus mejillas, la boca carnosa del hombre se posó en sus labios. Tenía un fresco aliento a menta y no paraba de acariciarla suavemente mientras se besaban.
Una de las primeras cosas que hizo Amaya para recomponer su vida fue dejar de beber. La bebida le había hecho mucho mal. Lo siguiente que hizo fue arrancarse de su pecho a aquel hombre mentiroso, que la dejó por alguien más joven. Se sentía herida en su orgullo de mujer, y no iba a permitir que alguien tan malo mantuviera un lugar preeminente en su corazón y en las sensaciones que tenía en medios de sus piernas, así que se arrancó cualquier cosa que hubiera sentido por él, de esa forma en que solo las mujeres pueden hacerlo, que es casi como extirparse un órgano o arrancar una planta desde la raíz: no vuelve a crecer.
Se dedicó a hacer ejercicio, pues quería ser más deseable de lo que ya era. Quería verse bien, mucho mejor que cualquier mujer joven, y que los jovencitos aullaran por ella.
Incluso cambió su imagen, cortándose su tradicionalmente largo pelo para llevarlo corto, lo suficientemente largo como para unos tirones espontáneos, pero lo suficientemente corto como para hacerla sentir libre.
Su rostro seguía siendo hermoso y ella seguía siendo una mujer versada en su oficio, que no tardó en encontrar une excelente puesto en una empresa de su rubro, donde logró escalar posiciones rápidamente gracias a lo competente que era.
Tenía otro secreto: el trabajo, el ejercicio, su cuidado personal, y la búsqueda por cultivarse más intelectualmente leyendo todo tipo de libros, desde novelas hasta ensayos, le dejaban muy poco tiempo para buscar la compañía del sexo opuesto.
Seguía saliendo con su grupo de amigas de siempre, que se alegraban un montón de verla tan cambiada, pero no salía más que a encontrarse con ellas. No quería volver a sus años de flirteo en los bares, ni tampoco quería probar esas apps de citas tan molestas, donde sabía que solo encontraría muchachitos que desearían ser mantenidos por ella u hombres de su edad que no tenían el mismo compromiso por el bienestar que ella tenía.
Amaya estaba cansada de convivir con hombres. Pero no estaba cansada de los hombres. De hecho, era mucho lo que fantaseaba con una lengua devorándole el coño (como en ese momento estaba haciendo el hombre musculoso, en esa habitación que se encontraba en un lugar secreto). Amaya lo que quería era encuentros esporádicos, donde pudiera disfrutar del goce que ella se merecía.
La lengua del hombre parecía ser uno de esos juguetes que tanto placer le daban en solitario. Pero en el tacto humano, había algo diferente: las cosquillas de las respiraciones, la suavidad y la firmeza en que él la tocaba, y el emanar dulce de la saliva, que más la humedecía.
Lo que más le ponía era que ella podía elegir cómo hacerlo. Podía estar arriba todo lo que quisiese, y él aun a´si lo disfruta´ria. Podía recibir de lado o en cuatro aptas. Podía hacer una vaquera invertida, podía ser cargada (por la fuerza de aquellos brazos) o podía saciarse chupándolo, exprimiéndolo hasta que la llenara de su jugo caliente y espeso.
Un día, Amaya le comentó a su amiga Rosario cómo se sentía, y cómo se estaba aburriendo de los juguetes. A esto, su amiga le respondió que ella había pasado por lo mismo, y que una mujer independiente y exitosa no debía perder tiempo en nimiedades. Ella merecía disfrutar con un hombre increíble, dispuesto únicamente a su placer, a complacerla como ella ameritaba. Y así lo conoció.
En medio de sus gemidos, Amaya no sabía qué hacer. Él lo estaba haciendo tan bien que quería correrse con su lengua trabajándola, pero también quería sentirlo dentro…
Sin darle muchas vueltas al asunto, le pidió que se lo hiciera en cuatro. El aceptó con una sonrisa que seguía siendo coqueta y hermosa. Ella se posicionó, como sabía hacer, excitada al sentirlo entrar, poco a poco, en ella. Era grueso y grande, aunque no lo suficiente como para lastimarla. El tamaño perfecto para ella.
Aunque estaba muy húmeda, él entró con cuidado, procurando no lastimarla. Una vez la hubo ensartado por completo, ella giró las ordenes necesarias y se terminó de abandonar al placer.
—Fóllame como si tu vida dependiera de ello… —le dijo con voz entrecortada, y el hombre, tomándola por las caderas, se puso a lo suyo.
Las embestidas eran profundas, podía sentirlo en su totalidad, apretando las paredes. El latía dentro de ella, mientras se lo metía una y otra vez. Ella, mientras tanto, se frotaba con gusto, dispuesta a tomar ese orgasmo que había estado esperando durante tanto tiempo.
La sorpresa vino al sentirlo inclinarse sobre ella, y metérselo más lento, pero más profundo. La mano firme y suave reemplazó la suya propia, trazando círculos alrededor de su clítoris al mismo ritmo en que la embestía.
De esa forma se pudo abandonar al placer por completo, corriéndose sin darse cuenta, teniendo un orgasmo que duró y duró, largos segundos, sin parar, apretándolo mientras él seguía frotándola y metiéndoselo como nunca nadie había hecho.
Cuando terminó, ella tomó la mano de él, con un cariño sincero. Más bien con agradecimiento.
Eso era lo que una mujer como ella ameritaba, un hombre como él, se dijo Amaya. Y recibiendo un delicioso beso en la boca, quiso restituirle a aquel hombre, desde el fondo de su corazón y su coño, aquella hazaña tan placentera. Así que lo tomó entre sus manos, engulléndolo y masturbándolo hasta que los jugos calientes cayeron sobre su rostro.
Eso era lo que merecía una mujer como ella.
fin
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