Acariciar los pechos
Sobre una cama nos encontramos, ella y yo. Deseo saciarme de su cuerpo, pero no de la forma en que otros hombres intentarían hacerlo. Se que algunos prefieren ir de una vez al meollo, penetrar o ser chupados y correrse rápidamente. Sin ánimo de criticar. A mí me encanta penetrar, y tener esa sensación deliciosa de un coño abriéndose conforme voy entrando. También me gusta ser chupado, succionado, lamido, poseído por una boca, para luego correrme deleitosamente en ella.
Pero, como entenderán, para preparar una ensalada, primero hay que picar los vegetales, y de nada sirve entrar directamente en el meollo del asunto si la zona no está preparada para eso, si se entiende lo que digo. Un coño abierto como una flor, húmedo y dispuesto es superior a la sensación que se tiende de un coño que en verdad no ha sido estimulado. Es decir, una dama que no se encuentra lista para la acción.
Hay a quien le molesta esto. A mi no. Las mujeres tardan más en encenderse que los hombres, y tomarse el tiempo para usar nuestros encendedores naturales no hace mella en el placer. Hay tiempo. Siempre hay tiempo.
Completamente vestidos, nos echamos en la cama, solo a besarnos, sin aspirar a nada más, de momento. Mientras mis labios se estimulan contra sus labios suaves y carnosos, palpo su culo duro, acaricio sus piernas que parecen ser del tamaño de la torre Eiffel, y de a momentos, mi lengua, juguetona pero tímida, juega con la suya, más decidida. Ella muerde mi labio y yo muerdo el suyo. Su mano baja a acariciar mi entrepierna y la mía hace lo propio. Cuando nos damos cuenta, estamos completamente desnudos, solo besándonos. Nuestros genitales nos e tocan, ni se tocarán por ahora, pero nuestras bocas, hambrientas, navegan por el cuerpo del otro. Así vamos descendiendo. Voy descendiendo.
Su cuello, largo como el de un cisne, es una carretera donde mis besos corren a su alrededor. Apenas acerco mi boca, puedo sentir como ella se estremece y tiembla, a la cadencia que marcan mis labios.
Paso mi lengua por su cuello, suavemente y sigo sintiéndola temblar. Quisiera morderla, convertirme en un vampiro, pero me contengo, y muerdo sus labios ante un gemido suyo.
Desde su boca trazo una línea recta hacia sus pechos, mi verdadero objetivo.
Del tamaño de una naranja madura y jugosa, ambos pezones se muestran duros, firmes y orgullosos, apuntando hacia mí.
Los acaricio con gusto, disfrutando de la sensación en mis dedos. Mientras tanto, he notado como ella usa su mano para darse placer, y empieza a retorcerse. Es insaciable. Si pudiera, estaría con cinco hombres a la vez, uno en cada uno de sus agujeros y uno en cada una de sus manos, y aun así pediría más.
Los masajeo, los acaricio, lo disfruto, pero difícilmente me puedo contener-. Todo lo que quiero es devorarlos, devorarla a ella. Como la comida se vuelve parte de la persona que la coma, quiero que ella se vuelva parte de mí, que nos volvamos uno, por eso chupo con deseo y delectación.
Mientras los lamo, de arriba abajo y también en Zig-Zag, puedo sentir como empieza a usar su otra mano. Se tuerce como un arco que contiene una flecha, dispuesta a ser separada, y siento como se penetra en ambas entradas. Es insaciable. Mientras chupa, me pregunto: ¿en dónde le gustaría que entre? ¿En su boca, quizás? Esa boca tan suave y deliciosa, que no tiene reflejo nauseoso, y me deja penetrarla como si fuera su coño. Quizás quiera que entre en su coño, como suelo hacer. Entonces ella me apretaría, dándome ese delicioso beso de singapur que ella saber dar como nadie más, y me apretaría hasta que incluso sienta dolor. «Te estoy besando con pasión, quiero apretarte y nunca dejarte salir», me dijo la última vez que lo hizo. O quizás quiere que entre en su culito, que es tan apretado. Tenemos lubricante, podemos hacerlo. Cómo disfruto comer su culito y luego meterme, poco a poco en él. Hay que tener más cuidado con las ´posiciones, pero su rostro, con los ojos completamente en blanco, vale totalmente la pena.
Quizás quiera masturbarme, con su mano derecha, con su mano izquierda, con ambas. Quizás quiera hacer de todo conmigo, o quizás solo quiera darse placer a sí misma mientras le como las tetas. No me importa. Solo quiero sentir, y seguir sintiendo.
—¡Ahí, ahí! ¡Joder, lámeme ahí! —Me grita.
¿Cómo no obedecerla?
El movimiento de sus brazos, que siento por encontrarme sobre ella, se hace más violento. Con una mano, se folla ella misma su culo, y con la tora se frota su delicioso clítoris, que, para este momento, ha de estar hinchado. Solo falta mi polla dentro de su coño y mi lengua penetrando su boca, para llenarla por completo.
—¡Cómeme el coño, joder! —Me vuelve a gritar y bajo al manantial sagrado en el que se encuentran los jugos de la vida eterna.
Ciertamente su clítoris se encuentra hinchado. Aprieta los muslos, aprisiona mi cabeza. Yo sigo lamiendo, de la misma forma en que lamía sus pechos. Tiene la pelvis un poco levantado, pues se sigue penetrando el culo con sus propios dedos.
—¡Cómeme todo el coño! —Y renuncia a seguirse follando a sí misma para asirse de mi pelo y sostenerme contra ella, mientras grita.
Me inundo de sus gritos. Me inundo de sus jugos. Me inundo de su carne.
—Quiero correrme contigo —me dice con voz entrecortada.
La erección está a punto de estallar, y yo hago caso, porque muero por hacerla feliz. Muero por sentir su placer, que a la vez es el mío.
Y cuando entro en su coño, que está tan húmedo como un lago, siento que el mundo se está acabando, que la tierra deja de girar, que el sol cae sobre nosotros o que el diluvio universal llegó por segunda vez a borrar a los humanos de la faz de la tierra. Siento que ya no hay nada más. No podría estar más duro mientras ella se frota el clítoris con fuerza, buscando su propio orgasmo, mientras me dice que busque el mío. Que la folle como desee.
Entro, entro, tratando de fundirme con ella. Como en un principio quería consumirla para que formara parte de mi, mientras entro, solo deseo que, en medio de esta humedad, de esta lava ardiente, ambos nos volvamos uno, como el acero que se derrite y que luego se fortalece.
No tengo que decirle que me voy a correr, porque ella me dice que lo va a hacer, y así la impregno de mi leche caliente, de mi semilla ardiente que quema, mientras ella me aprieta, me aplasta, y se frota contra mí.
Sobre una cama nos encontramos, ella y yo. Solo deseo saciarme de su cuerpo y, luego de tal orgasmo compartido, terminarme de fundir en lo que sea que ella se quiera convertir.
Fin.
Para leer más relatos eróticos, haz click aquí.