Cómo besar a una mujer en ambos labios
Si tuviera que empezar mi relato en un espacio y tiempo específicos, no podría hacerlo, porque son muchas las taras que aparecen en mi cabeza cuando trato de recordar aquel momento en que aprendí cómo besar a una mujer.
Para algunos puede resultar algo banal, pero el saber cómo besar a una mujer, no solo en los labios de la boca, sino también en los labios de su centro, de su sexo, es lo que me ha vuelto la persona que soy., hay quien dice que el sexo es solo sexo, yo creo que te puede cambiar la vida.
Tabla de Contenido
Nunca sabes cuándo surgirá el deseo
Siempre he sido un hombre muy austero, viviendo una austera vida. Recuerdo que mientras estaba en la universidad, tratando de mantener mi vida en orden., viviendo en un pequeño piso, me encontré un día, en un ascensor, con una chica.
De pelo negro y largo, pantalones vaqueros muy ajustados, y una camiseta que, aunque era varias tallas más grandes, dejaba entender que debajo había un par de pechos generosos.
Aquella chica no se percató mi presencia; yo si de la de ella. Porque, ¿cómo no habría de fijarme en una chica así? Pero el destino haría que nos volviéramos a encontrar, esta vez pudiendo intercambiar un «Hola», que pasaría a convertirse en una conversación entera.
Así comenzaría a acercarme a Fernanda, aquella chica tan hermosa, y a la vez tan sensual.
He de decir que, desde un principio, no tuve ningún tipo de intenciones con ella. La universidad estaba tan metida en mi cabeza que apenas si podía pensar en otra cosa, pero, con el tiempo, se metería tanto esa chica en mi cabeza que el aprender cómo besar, es decir, cómo complacerla, se volvería mi día a día.
Cómo besar a una mujer
Quizás el lector no me crea, pero no era tan amateur como haría pensar el título de este relato. Yo sí sabía besar. De hecho, otras chicas, igual que yo, consumidas por esa carrera tan difícil, se dejaban caer en mis brazos de vez en cuando. Cuando te enfocasen cuestiones que atacan tanto el pensamiento, es un alivio el poder dejar que todo baje, como el agua que todo lo lleva. En este caso, como una corrida que todo se lo lleva.
Pero la verdad es que el sexo que yo conocía era algo más aburrido, más mecánico. Quizás, dentro de esta idealización que tengo por ella, pensaba en exceso que necesitaba aprender cómo besar a una mujer antes que poderme acercar. O quizás estaba en lo cierto.
Lo que si puedo confirmar es que, como empezamos a encontrarnos más a menudo en el ascensor, empezamos a hablar más. Y fue de esta forma en que, casi sin querer, terminamos quedando para ir a algún lado.
—A cualquier lado, menos mi piso —me dijo ella—, porque es muy aburrido.
No quería discutir su lógica.
Aquella noche, ella me enseñaría cómo besar a una mujer.
Comer a una mujer
Es cierto que, cuando logró penetrar en mi cerebro, empecé a usar gran parte del día en pensar en ella, y en decirme a mi mismo que debía saber cómo besarla. Pero la verdad es que tampoco hacía las prácticas o las investigaciones pertinentes y eso se pudo notar.
Luego de un par de copas, cuando el ambiente se empezó a calentar y nuestros rostros se juntaron, ella pudo notar que yo solo había experimentado cosas fugaces. De forma en que cualquiera podría entenderlo: que yo solo había comido comida chatarra y que, en es momento se me estaba ofreciendo un delicioso filete. No es quizás la mejor forma de comparar, pero es la que se me viene a la mente.
Porque lejos de ser un pedazo de carne inanimada, Fernanda se acercaba a mi boca y me devoraba como si fuera una depredadora. Y cuando no le gustaba algo que hacía con mi boca, me decía: «No hagas esto, haz lo otro» «Ven, bésame así, muérdeme aquí, lámeme aquí», y como yo soy estupendo para aprender, aquella tarde aprendí a besarla como ella quería y como más lo disfrutaba. Cómo disfruté aquel manjar.
Cunnilingus y squirt
Terminé de aprender cómo besar a una mujer en verdad cuando, en la pequeña habitación de mi piso, ella estaba con sus dos largas y desnudas piernas, abiertas de par en par, dictándome cómo quería que lo hiciera. Yo hacía lo que ella me ordenaba, porque esa es la mejor forma de complacer.
Lamía hacía un lado, me mantenía ahí, lamía hacia el otro, me mantenía. Y entonces hubo un momento en que me pidió mis dedos.
Yo quería entrar, pero ella quería mis dedos. Y los tomó para sí, exigiéndome que se los diera, y que se los metiera duro, más duro, más duro, frotándola, penetrándola.
De esta manera, en medio de gritos, esa fuente preciosa salió. La dejé salir, mirándola asombrado. Luego la busqué de nuevo, y más me dio.
Estaba exhausta, pero me quería dentro. Y pude follarla como nunca había follado hasta entonces, dándole hasta que me corrí con tal energía, que también sentía que me desmayaba.
Un adiós
Volvimos a hacerlo un par de veces más, pero no con la misma intensidad que aquella vez. Todas las cosas buenas llegan a su final, y muchas veces ese final, además de inesperado, es doloroso. Esto fue lo que sucedió.
Luego de que ella se fuera, sin previo aviso, aun seguía teniendo aquella sensación deliciosa en los dedos, aquella sensación fantástica en la boca. Ella me había enseñado cómo besar a una mujer, cómo complacerla. Y aunque luego pude usar lo que me enseñó con otras personas, siempre me quedará su recuerdo, que, en ciertas noches solitarias, no puedo evitar figurarme, sintiéndolo en mis labios y sintiéndolo en mi mano, que me aprieta, mientras me toco pensando en ella y cómo me enseñó a besar a una mujer, verdaderamente bien.
El fin.