Como regalo, un succionador de clítoris
Para Marta, la relación con Miguel había sido una verdadera vorágine, especialmente en el plano sexual. Los encuentros eran muy intensos y podían durar horas enteras, en las cuales los dos cuerpos fuertes luchaban contra el otro, por unirse en uno, y por encontrar ese placer que se escondía en el centro de ambos. Marta nunca necesitó un succionador de clítoris, o al menos eso se decía a si misma. Nunca necesitó juguetes.
Durante los años que duró la relación con Miguel, apenas se masturbaba. Prefería follar con él y dejarse llevar por ese remolino de sensaciones tan poderosas que sentía cuando él entraba en ella violentamente, con rapidez, levantándola entre sus brazos
y haciéndola sentir que se iba a partir en dos.
Pero las cosas buenas nunca duran.
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Todo se termina
Con el tiempo, Marta se enteraría de que esa vorágine no era algo que Miguel vivía únicamente con ella, sino con otras mujeres también. En principió lo odió y deseó desaparecerse, pero se sentía tan atada a él. No tanto de una forma emocional, pero si de una forma sexual. No quería alejarse de ese cuerpo que le generaba tanto placer. Den esa boca que se arrastraba lentamente entre sus piernas, comiendo coño, lamiendo su clítoris hasta robarle por completo el aliento.
Marta se odió una vez en que, sin avisar, había llegado al piso que ambos compartían y se encontró a Miguel, empotrando a una chica, más joven que ellos, contra la pared. Follándola con tal deseo y con tal violencia que la chica no podía siquiera hablar, con el rostro rojo, mientras Miguel entraba y salía una y otra vez. Marta entonces no pudo evitar llevarse una mano a en medio de las piernas, tocándose mientras el acto, largo como los que ella solía tener con Miguel, sucedía.
Y tanto duraban esos encuentros que tuvo un potente orgasmo, que casi hizo que se desmayara, y aún Miguel seguía empotrando a esa chica en distintas posiciones.
Un par de veces más Marta repitió esta operación, logrando enterarse de cuando Miguel hacía esto. Y muchas veces más lo vio follando a distintas mujeres, de todo tipo de apariencia y edades. Incluso, u n par de veces, lo vio follarse a un chico, musculoso, de pelo largo y barba.
Viendo aquello, Marta tuvo uno de los orgasmos más potentes de su vida.
Las noches en soledad
No obstante, todo se termina. Luego de algún tiempo, Marta entendió de que no podía seguir de esa forma. Miguel, a esas alturas, probablemente ya sabía lo que ella hacía, pero actuaba sin darle importancia, casi como si le gustara que ella lo viera follarse cualquier cosa que se moviera. Y aunque ella obtenía un gran placer de estas situaciones, llegando a tener orgasmos que la hacían elevarse al cielo, mentalmente la estaban agotando.
La última vez que lo hicieron, Marta podría jurar que Miguel estuvo dentro de ella un día entero. Era como si no quisieran separarse, como si el coño de ella y la polla de él hubieran sido hechos como un solo elemento, separados al nacer.
Él entraba y entraba y entraba entre jadeos. Más avanzado el día, apenas si podía moverse por el cansancio, peor la erección no cedía. Marta, en cambio, se masturbaba una y otra y otra vez con él adentro de ella.
A la mañana siguiente, Miguel por fin se fue.
Todo lo habían hablado, habían llorado ambos. Él había entendido a Marta, pero, disculpándose, tuvo que admitirle que no podía cambiar. Le habría gustad hacerlo y reservarse solo para ella. Pero no podía hacerlo.
Luego de decir esto, tuvo que aceptar irse, dejándola sola.
Y así, llegaron las noches en soledad. Noches en las que las paredes susurraban aquellas veces en que lo chupaba con violencia, hasta hacerlo correrse en su boca, en sus pechos, en su vientre; o que él la lamía con violencia, hasta hacerla retorcerse entre gemidos ahogados.
Como regalo, un succionador de clítoris
Uno de esos tantos días en que Marta volvía triste a casa del trabajo, se encontró con un paquete de regalo.
No sabía quien hubiera podido enviarle aquello, así que dudó si abrirlo, pero la curiosidad le ganó.
Al abrirlo, se encontró con una carta, escrita con la letra de Miguel, quien le escribía desde otro país, al otro lado del mundo. En la carta le pedía perdón y le dejaba un regalo para que lo recordara siempre. No de una mala manera, como en los últimos tiempos. Más bien, para que lo recordara entre orgasmos, los mejores momentos que ambos tuvieron: cuando tenían orgasmos.
Marta se dio cuenta de que se trataba de un succionador de clítoris.
Unas lágrimas corrieron por sus ojos sosteniendo el succionador de clítoris, pensando que Miguel era un cabrón. Se odió por desearlo y disfrutarlo tanto. Pero, viendo el succionador de clítoris, la curiosidad le mordió, y no pudo más que probarlo.
Un orgasmo liberador
Hacía calor, así que se desnudó por completo. Acostada en la cama, con sus suaves sábanas, Marta se retorcía, disfrutando de las sensaciones. Entonces tomó el succionador de clítoris, lo encendió y lo pegó contra su cuerpo, dejando que el placer la hiciese volar.
Al principio no le gustaban las sensaciones, por lo intensas, pero entonces se dejó llevar.
Así, en medio de espasmos producidos por el succionador de clítoris, todas las imágenes de todas las veces que lo hizo con Miguel, y todas las veces que lo vio con otras personas explotaron en su mente, dándole ese orgasmo tan potente y profundo. Dándole esa despedida que él tanto había querido darle.
En esa explosión, en ese orgasmo liberador producido por el succionador de clítoris, Marta se quedó dormida. Y en sueños, por fin, pudo sentirse bien de nuevo, dejando que todo se quedara atrás, lista para vivir una nueva vida y vorágine de sexo. Con alguna otra persona o consigo misma, disfrutando de su juguete sexual.
Fin.
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