Disfrutar de los pies de una dama
Soy un hombre simple, con gustos simples que algunos tildarían de demasiado banales y mundanos. Pero son estos gustos simples los que me han garantizado la felicidad durante estos años de vida que llevo, que, dicho sea de paso, no son pocos.
En esta breve introducción, los entendidos en la materia podrán inferir que aquello que más disfruto es la compañía de una dama, y llevarán razón en esto: la verdad es que pocas cosas se pueden disfrutar más en este mundo que encontrarse en compañía de una dama, más aún si tal compañía incluye desnudez y esa mezcla de cuerpos tan deliciosa, y que pocas personas saben hacer eficientemente.
Esto es cierto, sí; pero, la verdad, es que mis gustos simples y placenteros nos e basan únicamente en la compañía femenina. Si, es cierto que es necesaria la compañía femenina, pero hay un aditivo que hace mi gusto por ellas algo un poco más complejo, pero a la vez más sencillo; y, si se me permite aclarar, diría que más placentero aún.
Aquí me encuentro, en una habitación en la cual he sido citado por una dama que haría enloquecer a cualquiera. Una mujer versada completamente en el arte de complacer a los hombres, una Escort cuyo cuerpo, formas, movimientos, incluso palabras y voz, no hacen otra cosa que enloquecerme.
Aquí me encuentro en su presencia; ella se da cuenta de que, aunque trato de sr un hombre sencillo, disfruto de una buena conversación en compañía de una mujer, especialmente si se trata de una hembra excitante e interesante, que no tiene miedo en ahondar en las cuestiones de la carne y del alma, del placer y del sufrimiento (que a veces se funden). Porque una conversación excitante, que nos hace sudar y colorar las mejillas es un buen indicio de que lo que seguirá, cuando nos encontremos completamente desnudos, será algo que nos eleve a un placer máximo: un placer en el cual me quiero sumergir.
Hay un pequeño juego del cual me gusta participar cuando me encuentro en este tipo de situaciones: yo busco mi placer, de otra forma no optaría por mujeres de tal conocimiento en estos menesteres, pero a la vez me gusta jugar. Soy como un gato que está jugando con su comida. ¿qué significa eso? Que me gusta esperar y ver si la dama con la hembra con la cual estoy compartiendo esta habitación, que se está encendiendo, puede adivinar cuáles son esos gustos simples con solo mirarme. ¿Podrías hacerlo tú, que me estás leyendo? Es algo imposible de saber.
La única forma en que se puede saber es jugando al juego, por lo tanto, la dejo hacer.
—He notado que no dejas de mirar hacia abajo… —me dice con una voz que podría hacer enloquecer a las mismas sirenas de La Odisea.
Jugando mi juego, estuve un momento en silencio, esperando a ver cuál sería su próxima movida.
—¿Te gustan… mis pies?
Se acercó a mi con decisión. Una perlada gota de sudor bajó por mi frente. Había dado en el blanco.
Me dejé caer en la cama y ella clavó uno de sus pues, enfundando con las espadas que eran esos tacones de aguja, justo a mi lado.
—Si, creo que te gustan.
Acto seguido, me los entregó para adorarlos. Primero un pie y después el otro. Aquellos eran unos pies que eran cuidados con esmero, con la pedicura hecha, tan suaves, con unas venas deliciosas, y esos tacones que parecían un cuchillo y que deseaba que apuñalaran mi alma hasta hacerme picadillo.
Los adoré con vehemencia, mientras enloquecía, y cuando ella quiso, me abrió el pantalón y sacó una erección en todo su esplendor. Lejos de jugar conmigo con su boca y manos, y entendiendo cuáles son mis simples fijaciones, me acarició con aquellos tacones, poniéndome cachondo como no me ponía desde hacía mucho tiempo.
Despojándose de ellos, dejando los pies desnudos, y sensuales, ambos sobre la cama, me dejé estimular como solo un par de pies deliciosos como esos pueden estimular a un hombre.
Vale la pena resaltar que no todas las mujeres saben estimular de esta forma a un hombre, especialmente a alguien tan exigente como yo, porque dicha estimulación requiere de una gran movilidad y flexibilidad. No obstante, he de decir que mi compañera en aquel momento tan magnífico cumplía cabalmente con su papel, y mis gemidos mezclados con gruñidos daban fe de ello.
—Desde que entré en la habitación te pillé mirando mis pies —me decía entre gruñidos y gemidos que ella también emitía—, eres un pervertido, un gran pervertido. ¿a que te quieres correr en mis pies? ¿A que quieres llenarme los pies de tu leche caliente?
Mordiéndome los labios asentía, en medio de gemidos. Yo no quería su coño que, a juzgar por lo agitada que se veía, probablemente estaría húmedo y sería delicioso entra en él, como es delicioso entrar en una dama bien cachonda. Pero eso es algo que cualquiera puede hacer, no todas pueden llenar de satisfacción a un hombre como yo, con gustos tan simples…
Y así, con sus pies frotándome, me corrí como nunca. Me corrí y me corrí entre sus pies, perfectos, deliciosos y hermosos. Me corrí y los mancillé, poniéndome aún más cachondo.
No contaré que hice después con esta dama, porque creo que ya he contado suficiente, pero he de decir que mi pequeño juego y que mi satisfacción fue llevados a un extremo en que disfruté como no solía hacerlo.
Así que espero, lector, que este breve relato te ponga en entendimiento de cuáles son estos gustos tan simples (pero a la vez tan difíciles de encontrar) que un hombre como yo puede tener cuando a damas se refiere.
El fin
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