En la piel de Marta – Capítulo 3
Ese domingo, como era habitual, asistí a la misa con mi familia, llevando mi vestido blanco bien planchado y un peinado recatado. Me senté en una de las filas centrales como era habitual y tal como imaginé que sucedería, algunos rostros me miraron con burla y desaprobación. Me negué a mostrar ninguna reacción. Llegados a ese punto era mi palabra contra cualquier cosa que dijeran, y yo tenía la ventaja de una reputación excelente; todos creían que mi carácter generalmente dócil era sinónimo de virtud.
Al terminar la misa, los grupos de personas se iban reuniendo para hablar un poco en la salida de la iglesia. Me alejé de mi madre para saludar a mis primas y algunas amigas, actuando con total normalidad.
―Prima Marta, por ahí se andan diciendo cosas muy fuertes de ti y el muchacho de la ciudad ―fue la frase con la que me saludó mi prima mayor.
―¿Raúl, el primo de nuestros vecinos? ―Pregunté ladeando la cabeza con confusión―. No sé qué podrá ser, prima, sabes que yo no me peleo con nadie; no me gustan las discusiones.
―No es de una pelea de lo que hablan, están diciendo que le suplicaste que te llevara al claro y te hiciera lo que hacen los mayores, ya sabes… fornicar ―yo fingí escandalizarme ante la palabra y miré al rededor nerviosamente antes de contestar.
―No digas esas cosas tan vulgares, Laura ―supliqué con fingida mortificación.
El resto del grupo que se había mantenido en silencio hasta ese momento, por fin se integró a la conversación en ese punto.
―Yo sabía que era mentira ―dijo una.
―Es que ese muchacho se la tiene muy creída ―agregó otra.
―Mira que intentar ensuciar la reputación de una buena muchacha con mentiras… La gente de la ciudad sólo viene a causar problemas ―puntualizó otra.
―Estoy muy mortificada… ―dije apretándome el rosario que llevaba al cuello, entre mis dos pechos, y miré a mi alrededor hasta que choqué con el rostro de Raúl que me miraba con burla, disfrutando de la idea de haber arruinado mi vida por completo. Lo miré apenas un segundo, pero esa interacción bastó para que mi resolución de torcer la situación a mi favor se hiciera más fuerte ―. Voy ahora mismo a buscar a mi papá para pedir que hable con ese muchacho, esta situación tiene que aclararse ahora mismo. Yo no tengo nada que esconder.
Ante mis palabras todas se sorprendieron y se pegaron a mi para apoyarme. Algunas porque creían en mi palabras y otras para ver el culebrón de cerca. Sin importar la razón, estuve agradecida de contar con la ventaja de un grupo entero apoyándome.
―Papá necesito hablar contigo, por favor ―dije al acercarme.
―¿Qué pasa? ―Preguntó mirando curioso a todo el grupo.
Cuando quise hablar, sentí que me falló la voz, pero mi prima Laura se lanzó inmediatamente al rescate, asumiendo el papel de la mayor y dándome consuelo con un apretón en el brazo que me tenía cogido.
―Tio, el muchacho de la ciudad, Raúl. Anda diciendo que le hizo cosas de adultos a Martita. No ha parado de regar esas mentiras y la gente esta empezando a hablar ―dijo ella con voz firme y juró que nunca había querido tanto a mi prima―. Usted sabe que Marta siempre ha sido una muchacha muy buena y muy correcta. No sabemos qué hacer en una situación así, ayúdenos.
Por un breve momento sentí miedo de que mi padre sufriera un infarto en ese preciso instante. Su cara se puso de un rojo muy intenso, incluso los dos hombres que estaban junto a él parecieron enojarse visiblemente por aquello.
Si aquella situación hubiera involucrado a un muchacho del pueblo, probablemente no hubiera salido bien parada, pero el hecho de que Raúl se hubiera ganado a pulso el rechazo de la mayoría de las personas de la zona, gracias a sus groserías y su hábito de burlarse de la forma humilde en la que suelen vivir en el campo. Era una situación en la que mi condición de mujer joven no atraería dudas, sino deseo de protección por parte de los adultos.
―Voy a matar a hostias a ese gilipollas ―gritó mi papá fuera de sus cabales, atrayendo la atención de todos los presentes.
Caminó a paso firme a través de los grupos hasta acercarse hasta donde estaban el vecino, su esposa, su hijo y Raúl, mirando confundidos la situación. Sin perder tiempo, me acerqué un poco más con mis amigas y primas, manteniendo mi cabeza en alto en todo momento.
―¿Cómo es eso de que este capullo anda diciendo que se folló a mi hija? ―preguntó a gritos mi papá, empujando a Raúl con una mano, haciéndole caer de culo―. Te crees muy hombrecito por regar mentiras ¿verdad? Pero con el buen nombre de mi hija no vas a joder, primero te mato con mis propias manos.
―Eh, eh ―intervino el tío de Raúl en un intento de calmar la situación―, debe haber un malentendido, no creo que Raúl este diciendo esas cosas.
―Yo misma lo escuché decir que Marta le suplicó llevarla al monte y hacerle toda clase de cosas indecentes. Fue muy generoso con los detalles diciendo toda clase de cosas sucias ―Gritó mi prima indignada y mis amigas se unieron a las quejas.
―Ese muchacho es de mal corazón. Se burla de la gente y se cree mejor por ser de la ciudad ―gritó alguien en algún lugar y aquello fue el detonante para que comenzaran los gritos.
Ante aquel caos me mantuve tranquila, pero cometí el error de mirar a Raúl. Sus ojos estaban llenos de un odio tan profundo que me dieron escalofríos y mis bragas comenzaron a mojarse. Si antes que había gustando con su aire de cretino, verlo completamente furioso me ponía cachonda como nunca antes me había sentido.
Apreté las piernas y los dientes, tratando de mantenerse quieta. Tenía ganas de deslizar mi mano ahí frente a todos y trazar círculos sobre mi sexo palpitante hasta perder la consciencia.
―No es mentira lo que dije ―gritó Raúl fuera de sí, lo que le hizo ganarse un puñetazo de mi padre, que lo dejó mareado brevemente.
―Dios le cobra caro a los mentirosos ―gritó mi madre histérica uniéndose a mí y abrazándome.
Sus palabras me hicieron tragar grueso, por el temor de ser castigada por aquella situación. Sin embargo me negaba a cargar con toda la culpa, es cierto que yo había hecho eso con Raúl, pero su mala intención y ganas de jactarse es lo que lo había puesto en esa situación en primer lugar.
La pelea continuo por algunos minutos hasta que el tío de Raúl lo cogió del cuello y lo obligó a pedir disculpar publicas entre hostias y gritos.
―Lamento mucho haber dicho todo eso de ti, Marta ―dijo Raúl entre dientes, mirándome con un odio tan visceral que podría haber intimidado a cualquiera, pero que sin embargo a mi me ponía más caliente aun.
―Por favor, no vuelvas a decir esas cosas, Raúl ―dije con la voz calmada, mostrándome sumisa como siempre―, unas palabras dichas con mala intención pueden causar mucho daño. Está mal herir a la personas.
Me sentí vil al decir todo aquello, pero al ver la expresión incrédula de Raúl olvidé completamente mi culpa, disfrutando devolverle de un sólo golpe el daño que había intentado hacerme. Luego de aquello, nos fuimos a casa y mis padres se mostraron más amorosos que de costumbre, cuidándome y dándome palabras de aliento. Nunca antes me había sentido tan querida por mis padres, me sentía realmente feliz.
Esa noche me corrí alrededor de mis dedos tantas veces que perdí la cuenta. Imaginaba el rostro de Raúl furioso, llorando con rabia. Me imaginaba sentada sobre su boca abierta, y su expresión de odio mientras comía mi coño. Me corrí tanto y tan abundantemente, que en mi cama se hizo una laguna de fluidos.
Haber amado a Raúl, incluso con la pasión en la que una adolescente puede amar, era un sentimiento que palidecía frente al profundo odio entre nosotros. Si antes él no sentía nada, ahora tenía la total seguridad de que intentaría joderme por todos los medio, y aquella situación sólo parecía excitarme más.
Aun así, me prometí nunca más permitir que Raúl me tocara. Simplemente no valía la pena.
Continuara…