En la piel de Marta – Capítulo 4
Recordar mi adolescencia siempre es agradable. Vienen a mi mente gratos recuerdos y momentos que fueron particularmente decisivos para moldear mi carácter. Esa época de mi inocencia ya quedó en el pasado. Desde que me mudé a Barcelona con mi prima, toda mi vida a cambiado por completo. Comencé a estudiar en la universidad y trabajo como camarera en un restaurante muy elegante, y cuando tengo tiempo libre disfruto irme a bailar toda la noche.
Hoy es uno de esos días en los que puedo visitar mi discoteca preferida, en centro de la ciudad. La entrada es a través de escaleras que bajan y me recuerdan una ida hacía el infierno. La expectativa de portarme mal me mantiene emocionada todo el camino hacía abajo.
―Tía, hoy vamos a ponernos ciegas de cubatas ―aseguró mi prima Laura, mi gran amiga.
Nos reímos ruidosamente y sin perder tiempo fuimos a la barra para cumplir con nuestra rutina de beber dos tragos a palo seco antes de comenzar a bailar. El ambiente es agradable y las luces estroboscopicas dan la sensación de que todo se mueve por fotogramas en el centro de la pista. Bailamos sin parar la música que suena a todo volumen, cuerpos van y vienen, algunos se frotan contra nosotras, pero aun no estabamos interesadas en ese tipo de diversión, la noche era muy joven.
Bebí hasta que sentí que mi lengua se volvió torpe, era mi señal para abandonar la bebida por completo. Miré en mi teléfono que ya daban las 2 am, era momento de mirar alrededor y descubrir si algún chico guapo me despertaba las ganas de escaparme a un lugar oscuro.
―Eh, Marta ―gritó sobre la música mi prima a mi lado― no me vas a creer esta mierda, tía.
La miré con curiosidad, notando que tenía los ojos muy abiertos y una sonrisa de mala en la cara.
―¿Qué pasa? ―pregunté sin entender, pero contagiándome de su sonrisa.
―¿Recuerdas a Raúl el primo de tu vecino del pueblo? Está en la zona VIP y no te saca ojo de encima, tía ―gritó Laura, señalando con poco disimulo el lugar exacto en el que estaba él.
Alto, más de lo que recordaba, y con el cabello despeinado, estaba el que fue mi primer enamoramiento y al primer tío que jodí bien jodido. Después de todo el escándalo que terminé por ocasionar en el pueblo cuando tenía 16 años, Raúl se fue para nunca más volver. Su primo me dijo una vez que Raúl me odiaba como nunca había odiado a nadie y recuerdo que saber aquello me gustó, especialmente porque yo también lo odiaba.
―¿Vamos a saludar? ―gritó mi prima Laura ya dirigiéndose a la entrada de la zona VIP.
―Ya deja, tía. Sigamos la fiesta e ignoremoslo ―le dije tirándola del brazo hacía la pista.
Antes de que Laura pudiera contradecirme, un tío muy guapo y musculoso se le acercó y la invitó a bailar. Agradecí la distracción y me puse a bailar sola hasta que otro tío se me acercó para bailar. Le sonreí al chico recién llegado pensando en que era realmente mono.
La música cambió a una más insinuante y cuando quise bailar más apretada por el chico lindo, sentí una mano tocar mi hombre. Me giré rápidamente, encontrándome de frente con Raúl que había decidido salir de la zona VIP para mezclarse con los que circulaban en la pista de baile.
Lo miré fijamente sin saber por qué estaba frente a mi en ese momento, noté como miró al chico mono y le hizo un gesto para que se fuera. Me desconcertó que el tío obedeciera de inmediato y se escapara como un completo cobarde entre la multitud.
―Oye tío, no me molestes ―dije alto entre la música, pero él pareció no oírme.
Tiró mi contra su cuerpo, comenzando a bailar la nueva canción que sonaba en los alta voces. No quise apartarme, aturdida como estaba por la cercanía de su cuerpo musculoso y el calor que transmitía a través de la ropa. Su olor estaba volviéndome completamente loca de deseo y tuve que reprenderme mentalmente recordándome que ese tío me odiaba y yo lo odiaba a él
A medida que avanzó la canción, comencé a relajarme contra el cuerpo de Raúl y le permití apretarme cómo quiso. Sentía su respiración contra mi oído mientras nos movíamos al compás en un baile cada vez más sucio en el medio de la pista.
Estaba completamente mojada y lista, sin que el muy imbécil me diera si quiera un beso. Sentía que estaba a punto de saltar sobre su cuello y follarlo en medio de la pista en cuestión de segundos, lo único que me persuadía de hacerlo era la insistencia que tenía él por controlar hacía donde me movía. Me controlaba a su completo antojo y aquello estaba derritiendo mi cerebro.
Me puso de espalda contra su pecho y bailamos en esa posición una canción más, hasta que sentí que su cuerpo desapareció detrás de mí. Lo vi irse entre la multitud sin mirar atrás y el estomago me quemó de la rabia.
―Maldito imbécil ―mascullé entre dientes, descubriendo que lo había hecho todo a propósito.
Busqué a mi prima con la mirada y la encontré dándose el lote con el tipo de antes en una esquina. Miré un poco más y encontré al chico mono con el que había bailado antes, así que me acerqué a paso ligero.
―¿Qué tal un polvo en los baños? ―pregunté cuando me acerqué lo suficiente.
Lo había tomado por sorpresa mi pregunta. Miró a mi alrededor y cuando no encontró a nadie conmigo, me sonrió con gusto. Lo arrastré hasta los baños de caballeros, encerrándonos en un cubiculo.
―¿Condón? ―pregunté.
―Siempre ―respondió él sacando el profiláctico de su cartera.
Le di una sonrisa sexy y me puse a besarlo mientras abría sus pantalones. Estaba tan cachonda que no necesitaba ningún tipo de juego previo, quería una polla profundamente dentro de mí en ese preciso instante. El chico se puso el condón con manos temblorosas mientras me subía el vestido dejando mi culo al aire para acto seguido inclinarme contra la puerta, esperando que me penetrara.
―Hazlo duro hasta que te corras ―le pedí meneando el culo.
Entró en mí de golpe, haciéndome gemir de gusto. El chico me trabajó el coño a consciencia, con el vigor de quien quiere impresionar, y estuve agradecida por ello mientras me frotaba el clítoris con ganas de correrme fuerte. Cuando alcancé el orgasmo sentí que mi cabeza quedó completamente en blanco, ni siquiera noté cuando él se vino y salió de mí.
―Eso ha sido increíble ―me dijo él sin aliento, haciéndome regresar al presente.
Le sonreí mientras arreglaba mi ropa, salí del cubículo sólo para descubrir que Raúl estaba entrando en el siguiente con una tía rubia francamente buenísima. Lo miré con irritación y él me sonrió con arrogancia mientras se encerraba dentro con la tía.
Me fui de la discoteca esperando nunca volver a encontrármelo en la vida. Tristemente no tuve tanta suerte.
Continuará…