Encontrar el punto G
¿Cuántas cosas en nuestra historia como seres humanos no han sido negadas, cuántos placeres no han sido ocultados? Con las excusas más flipantes, nos dicen que cosas que conocemos no existen. El clítoris es un buen ejemplo de ello. Existe incluso un meme que trata sobre la no-existencia del clítoris. Pero si hay un campeón en la no-existencia, ese es el Punto G. No obstante, yo sé que existe el punto G, de la misma forma en que sé que existe el clítoris, por que sé como encontrar el punto G.
Nadie me ha dicho como encontrar el Punto G, de la misma forma que nadie me ha dicho como encontrar el clítoris. Yo misma he tenido que aprender como encontrar el Punto G; o, más bien, he tenido la suerte de hacerlo.
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Una epifanía
Siempre he sido una chica dominante. En cualquiera de mis relaciones, bien sea con un chico o una chica, he procurado ser yo quien lleva las riendas. Soy yo quien debe recibir la mayor cantidad de placer, pues no hay otra que disfrute más que el sentir que la otra persona se está desviviendo por enloquecerme.
En consecuencia, no era poco común para mi que una cabeza, a veces sin siquiera un nombre, me estuviera comiendo el coño durante un largo rato, hasta que la mandíbula se acalambrara, hasta que ya no quisieran más…
Un día, tuve una especie de epifanía, de esas que te llegan de vez en cuando. Me encontraba con una chica, que no hacia para nada mal su trabajo. Su lengua iba hacia abajo y hacia arriba, con el perfecto movimiento que hace que toda esa sensibilidad que hay en el clítoris se despierte. No puedo decir que no estaba disfrutando. Pero entonces, me di cuenta de que, frente a la cama de aquella chica, había un espejo, y que se veía claramente como yo, completamente desnuda, tenía en medio de las piernas una cabeza llena de pelo (ella llevaba el pelo corto), moviéndose hacia arriba y hacia abajo.
Lo excitante de esta visión no fue la espalda y la parte de atrás de la cabeza de aquella chica, aunque se veían muy hermosa, más bien, mi visión propia, mis piernas abiertas, mis pechos, mi rostro de placer, que se hacía más notorio porque ahora me estaba viendo.
El placer en solitario
No es importante el nombre de esta chica, porque fue solo una de las tantas relaciones esporádicas que he tenido en mi vida. Además, creo que no le gustara que la recuerde únicamente por la epifanía, pues se jactaba de ser una maestra en comer coños. No puedo negarlo.
Pero aquella chica de pelo corto, su mayor aporte en mi vida fue haberme despertado el placer por verme, por tocarme. No es que no supiera masturbarme, o que antes de eso no lo hiciera, pero el verme darme placer a mí misma, esa era la verdadera epifanía, porque erra tan excitante pararme frente a un espejo y frotarme el coño, que me gustaba mucho más que esas relaciones esporádicas.
Así empecé a prácticas distintas posiciones, distintas formas en que podía verme. Empecé a grabarme, en poses raras, haciendo cosas más atrevidas… todo solo para verlo y luego masturbarme con esas guarradas que había hecho previamente. Y cuando las cosas se me fueron agotando, cuando las opciones, empecé a intentar cosas distintas.
Encontrar el punto G
En algún lado había leído sobre como encontrar el punto G, entonces me puse a ello.
En principio, quizás, como el resto de las personas, creía que todo era una mentira, no entendía como, precisamente en ése lugar tan extraño del cuerpo se encontraría la fuente del placer infinito, incluso más placentero que el clítoris.
Pero eso fue antes de encontrar el punto G.
Porque, tan cachonda como estaba, cuando pude encontrar el punto G, sentía que el mundo daba vueltas a mi alrededor. Me estaba viendo frente al espejo, con las piernas abiertas y mis dedos dentro de mí, y podía ver claramente como se hinchaban mis pechos, y así, casi a punto de rendirme, supe cómo encontrar el punto G y llegó un gran orgasmo.
Follada por detrás y el Punto G
Con el tiempo, me di cuenta de que era placentero el placer en solitario, pero el estar con alguien más, el sentir a alguien más dentro de ti es muy distinto a que tu misma estés dentro de ti. Así, volví a mis encuentros esporádicos, ahora no tan esporádicos. Trataba de mantener amantes regulares, con los cuales pudiera dejarme llevar de una forma, por así decirlo. Amantes para hacer míos, y que en verdad pudieran serlo, al menos por un periodo de tiempo.
Es entonces que recuerdo uno de los encuentros más placenteros que he tenido, con un moreno, de pelos rizados, que era ancho de pecho y tenía manos hermosas, surcadas de venas.
Un perfecto ejemplar masculino, que se rendía ante mí.
Pero, a veces, yo me rendía ante él, y dejaba que me poseyera, en vez de ser yo quien tomara el placer. Algunas de estas veces, cuando me sentía lo suficientemente benevolente como para dejarlo tenerme, dejaba que entrara ene s lugar tan preciado que es el culo. Dejaba que me follara en el culo con violencia, mientras yo lo disfrutaba, frotando también con violencia mi clítoris, hasta que me corría, antes que él, para así torturarlo o masturbarlo para no dejar que se corriera dentro de mí. Se lo prohibía, como una especie de erotizante. Es más excitante saber que tienes una prohibición.
Pero una de esas veces, en vez de ser yo quien me tocaba, él estaba inclinado sobre mí, tocándome, y fue entonces cuando también me penetró con sus dedos, apuntando al lugar mágico que yo ya había encontrado. Así, terminó por encontrar el punto G.
Mi amante aprende a encontrar el punto G
Al sentirme estremecerme, supo que había llegado a encontrar el punto G, o algún punto del placer, supongo. Y supo que debía utilizar ese lugar que recién había encontrado.
Así me estimuló, mientras me la metía en el culo. Y fue gracias a ese milagro de haber llegado a encontrar el punto G que esa vez, luego de correrme, dejé que él se corriera. Aunque tenía el preservativo, lo sentí latir dentro de mí. El milagro de encontrar el punto G.
Conclusión
Hay quizás otras aventuras, si se le pueden llamar aventuras a estas vivencias, que podría relataros. Pero, por ahora, espero que os conforméis con aquella vez que me di a la tarea de encontrar el punto G. y aquella vez en que, en el momento cumbre, uno de mis amantes pudo encontrar el punto G.
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