Las sorpresas placenteras
¿Cómo comienzan las relaciones?
Es una respuesta fácil de responder. Una mirada, una sonrisa en algún bar mientras ambos se están tomando una pinta junto a sus respectivos colegas. Un comentario sorpresivo sobre un libro que estás leyendo en el parque, mientras intentas escapar del ruido de la ciudad gracias al viento que sopla en tu rostro y el canto de los pájaros, que más que relajarte te desconcentra. Hoy en día, es muy común que las relaciones comiencen con un like en alguna red social, Instagram, Twitter, incluso Tinder.
Es fácil responder las formas en las que comienzan las relaciones. Si le preguntas a José, él diría que se conocieron en un bar, donde charlaron un poco. Más tarde, encontrándola en Tinder, no dudaría en intentar acercarse. Alejandra, por su parte, no recordaría las sonrisas y las miradas que se dieron en el bar, algo que ella acostumbraba a hacer con muchos hombres, más por el gusto de hacerlo que cualquier otra cosa. Ella si recordará estar sentada en el banco del parque cercano a su piso, leyendo un libro sobre cualquier cosa, cuando un hombre pasó y comentó, de forma desinteresada, algo sobre el contenido, con tanta mordacidad y soltura que ella no pudo sino buscarlo con la mirada, alcanzando apenas a ver su rostro perderse entre los árboles. Luego, viéndolo en Tinder, supo que era él, y quiso conocerlo.
Cómo llegamos a lo siguiente no es algo que se daba preguntar: unas copas en un abr, una conversación sobre gustos comunes, carreras, aspiraciones de vida; mostrar tu currículo a la otra persona, similar a cuando optas por un empleo. Si tienes suerte, te irá bien.
Aquella primera noche en que estuvieron juntos, no estaban muy borrachos. Había algo en el ambiente que no les permitía estar completamente fuera de si mismos. Quizás hayan sido las sensaciones tan intensas. Ambos llevaban algún tiempo sin tener ningún encuentro de índole sexual.
La penetración era profunda. José entraba en ella por completo, sintiéndose tragado por el interior de Alejandra, que era húmedo, caliente y acogedor. Alejandra, por su parte, sentía que la punta de flecha de José, ligeramente curvada hacia arriba, la estimulaba en un punto de sí misma que no conocía. Aunque generalmente ella disfrutaba más recibiendo deliciosas lamidas de coño de bocas expertas, suaves y femeninas, aquella estimulación en sus paredes se percibía deleitosa.
Cachondos como estaban ambos, pudieron llegar al tan anhelado clímax aquella noche, quedándose dormidos juntos.
Es fácil contar este tipo de cosas, quizás ya hayas leído una historia similar. Lo que no es tan fácil decir es cuando una pareja comienza a experimentar, cuándo comienzan a buscar nuevas experiencias sexuales, porque el sexo, visto desde una perspectiva tradicional, ya no es suficiente.
Bueno, la verdad es que sigue siendo suficiente. Lo que sucede es que empieza a ser aburrido. El ver tantas veces el mismo cuerpo desnudo termina por quitarle el esplendor y el brillo que tenía la primera vez. De esta forma, se busca el placer en lugares distintos.
Para José, el placer empezaba a manifestarse en partes del cuerpo de Alejandra que no necesariamente tenían una connotación sexual. Veía su pelo, que era rulo y castaño, moviéndose con ella, y sentía una especie de excitación distinta. Disfrutaba que ella envolviera mechones de su pelo en su polla y que, mientras lo estuviera chupando, lamiendo, masturbando, también enredara ese hermoso y obsceno pelo alrededor de su carne erecta. Disfrutaba de correrse en el rostro de Alejandra, no por lo obsceno de la situación, sino por ver su leche blanca contrastando con el castaño de su pelo.
De vez en cuando, José también disfrutaba encontrar pelos en otras partes del cuerpo. Había conocido a Alejandra depilada por completo, pero había aprendido a disfrutar, y con razón, en aquellas temporadas en que ella decidía no depilarse allá abajo. El tacto y la lo libidinoso del tocar y lamer esa textura, tan distinta, le ponía muchísimo. En estos caso, no disfrutaba correrse dentro de ella, cómo solía hacer, sino que disfrutaba correrse sobre esos pelos que crecían, rebeldes, sobre el monte de Venus de Alejandra.
Ella, por su parte, había desarrollado más aun su gusto por los juguetes sexuales (que cultivó ampliamente cuando aún era soltera). Empezó a disfrutar ser penetrada por el objeto inanimado, a la vez que era penetrada por él. Empezó a querer hacer únicamente cuando llevaba puesto el plug anal, que mientras él llegaba a ese punto tan extraño dentro de sus paredes, que el plug vibrara en su interior.
El gusto por el plug había despertado su gusto por el anal, y empezó a disfrutar de tenerlo dentro de ese agujero tan profano y a la vez tan delicioso. Y mientras él entraba por detrás, ella misma se penetraba con un objeto inanimado, grande y grueso como él, gritando del placer.
Disfrutaba de los juguetes, si, pero también empezó a disfrutar del látex. Se podría decir que lo que la atrajo fue la sensación en la piel, al llevarlo y usarlo, conociéndola aquella vez en que ambos visitaron una sex shop. Pero quizás lo que más disfrutaba era lo deshumanizante del usar látex, el sentirse un juguete sexual ella misma, siendo amarrada y utilizada para el placer de José, recibiendo ella, Alejandra, también su cuota d placer, porque es innegable que una persona disfruta excitando a otra. Él disfrutaba enormemente masturbándola, mientras ella estaba atada a la cama, hasta hacerla correrse, y luego follarse su orgasmo, para llenar su coño de su propio orgasmo, su propia semilla.
Ambos disfrutaban el correrse y seguir sin parar. Que ella tuviera un orgasmo era un verdadero cielo: sus paredes se apretaban, se humedecía aun más, y su cuerpo temblaba en espasmos incontrolables. Cuando él se corría, la llenaba entera de su semilla blanca y espesa, y manteniéndose erecto, se quedaba ahí hasta que pasara la sensibilidad, instantes después, y así seguir entrando y entrando, para llenarla y llenarla de nuevo. O llenarla en la boca, o en el pelo.
Los fetiches aparecen. Algunos ya estaban contigo, y no lo sabías; otros se desarrollan con el tiempo.
Nunca sabes lo que te depara la vida; cuando Alejandra leía en el parque, jamás pensó que terminaría amarrada a una cama, con una máscara de látex, sintiéndose usada y a la vez sintiéndose servida; y tampoco José pensó, al sonreírle a aquella chica en bar, que su pelo alrededor de su polla lo llevaría s descargas tan copiosas, lamidas después por esa lengua tan profesional. Nadie se imagina lo que viene, y así es mejor, ¿a quién no le gustan las sorpresas?
Especialmente sorpresas tan placenteras.
Fin.
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