Mi primera vez con…
Siempre escucho a mis allegados hablar sobre cuándo fue su primera vez, y el concepto de «primera vez» se vuelve algo confuso para mi.
Yo sé que se trata de algo de índole sexual, porque de otra forma no se le daría tanta importancia (el sexo, aunque muchos no lo quieran admitir, es el centro de la vida de los seres humanos), pero lo que no logro entender es a qué se refieren con primera vez.
Yo recuerdo, por ejemplo, que mi primera vez encontrándome con algo referente al sexo fue siendo muy joven, hipnotizado con los pechos de una mujer, completamente desnuda,que aparecía en unos libros que se encontraban en la biblioteca de mi abuelo. Nada sensual, por supuesto; mi abuelo era uno de esos hombres que prefieren cortarse la mano a pajearse. No, cómo él era médico, tenía un montón de libros de anatomía, que yo solía mirar por el placer morboso de descubrir el cuerpo femenino, y algunas veces me tocaba.
¿Fueron esas mis primeras veces? No lo creo.
También recuerdo la primera vez que vi un encuentro sexual.
Desde la ventana de una casa cercana, pude ver como nuestra vecina, una chica que incluso ya iba a la universidad, se desvivía por satisfacer a un caballero que era notablemente mayor que ella. Todo tipo de atenciones le profesaba aquella chica al caballero. Pero fueron las atenciones orales las que más influencia tuvieron en mi persona, porque yo solía admirar su boca, que era tan bella, y ver esa parte del cuerpo masculino, tan prohibida, dentro de esa boca angelical, no podía más que ser un sacrilegio; en ese momento me di cuenta de que disfrutaba de los sacrilegios enormemente. Mi entrepierna y lo que emanó de ahí me lo confirmaron.
¿Fue aquella mi primera vez? Tampoco lo creo.
Recuerdo que, cuando tenía unos 18 años recién cumplidos, una chica que había conocido, años atrás, en el instituto, me dijo que quería darme un regalo de cumpleaños. Siendo yo un chico un poco ingenuo, acepté, pensando que se trataba de un pastel de chocolate, pues estaba en conocimiento de que la madre de aquella chica preparaba notables postres, y que probablemente ella conocía los secretos de artesana de su madre.
Pero, una vez que estuvimos solos, me miró a los ojos (su cara se veía casi tan angelical como la de mi vecina, aquella amante de caballeros mayores), y así me di cuenta de que el postre que ella planeaba darme no era dulce sino saldo y pecaminoso.
Pero, a diferencia de aquella situación que tanto me había excitado, esta vez fui yo el que terminó dando atenciones con la boca.
Acostado, con la entrepierna recién depilada de aquella chica sobre el rostro, me toqué con un gusto que parecía malsano. Su sabor me impregnaba la boca, y mi lengua a veces daba un viaje hacia la puerta trasera, que la hacía gemir y que era por demás excitante.
Ese era mi regalo, el poder adorarla como la ninfa que era (porque eso son las ninfas, deidades), joven, lozana, suave y deliciosa.
Y aunque lo disfruté, no entré en el templo sagrado que tanto anhelaba, porque lamentablemente mi entrepierna, bien asistida por mis manos (y las de ella), me traicionó.
¿Fue aquella mi primera vez? Por supuesto que no. No y no y no.
Yo creo que mi verdadera primera vez, vino muy poco tiempo después. Porque no solamente esa chica había deseado agasajarme por mis recién cumplidos dieciocho años, sino que también mis amigos, todos mayores que yo, habían decidido que era momento de «iniciarme» en ese fino arte y disfrute que proporcionan las mujeres.
Yo tenía miedo, pues se trataba de una escort. Esperaba una experiencia dantesca y terrible, cualquier cosa menos lo que sucedió.
Se trataba de una chica no muy mayor 8tenía unos 23 años), y al verme, pude notar en sus ojos cierto brillo, cierta ternura que antes había visto. Tardé un poco en reconocer que era un brillo de deseo y a la vez de complacencia.
Era una chica hermosa, de pelo negro, grandes ojos oscuros, pechos generosos y caderas anchas.
Luego de una charla amena en el cuarto de hotel, con un trago de un cava delicioso, ella me besó como solo ella podía besar, y me tocó como solo ella podía tocar, encendiendo una llama que llevaba años dentro de mi, y que nunca nadie había podido llevar a tal nivel.
No pasó mucho hasta que bajó mis pantalones y me colmó de las atenciones orales con las que tanto había soñado durante años; atenciones, todo hay que decirlo, que me hacían retorcerme.
Un poco traumatizado por mi anterior encuentro, me contenía un poco, pero ella me decía, entre pausas, que me dejara llevar; que la quería toda, toda entera en su boca.
Así que solo me dejé ir, disfrutando de lo que aquella mujer podía darme, hasta que, con un placer supremo, me dejé ir.
Me abrazó y me besó, como habría deseado que la otra chica hubiera hecho; y cuando ya estaba vistiendo para irme, con una caricia en la entrepierna me detuvo, diciéndome que aun nos quedaba mucho tiempo… que aun no había entrado donde debía entrar y que todo apenas estaba comenzando.
La miré a los ojso, encontrándome con ese brillo que casi me quemaba, y asentí, dispuesto a dejarme hacer y a disfrutar junto con esa mujer.
Las personas suelen contar la primera vez como les parezca. Yo creo que la primera vez es aquella que sientes que en verdad te inicia en esas artes que son los placeres del ser humano; artes que no todos alcanzan a perfeccionar, y que yo me he dado a la tarea de descubrir con innumerables mujeres expertas, que son las únicas que pueden enseñar en verdad dichos menesteres.
Así que, si me preguntan cual fue mi primera vez, no nombraría ninguna de las veces anteriores (aunque en este momento lo hice, para ilustrar mi punto).
La verdad es que, para mi, mi primera vez fue ese encuentro con esa escort, que aunque no he vuelto a ver, no ha vuelto a salir de mi mente; y siempre que recibo las atenciones orales de las que tanto disfruto, y me dejo ir en la boca de la chica que me acompaña en momentos tan placenteros, no puedo evitar pensar un poco en ella, y le agradezco por haber,e iniciado en el palcer de esa forma.
El fin.