Mujeres jóvenes
¿Cómo se siente el miedo al paso del tiempo? Esto es algo que yo no solía sentir. Cuando eres joven, el mundo bien puede explotar, pero tú solo te concentrarás en ti mismo. No obstante, cuando los días pasan, y subsecuentes noches se vuelven mañanas, te das cuenta de que las cosas no son como siempre te imaginaste. Ves mujeres jóvenes y no puedes evitar recordar cuando tú también tuviste juventud. Cuando amaste como solo aman las personas que piensan que el futuro está muy lejos. Cuando en los brazos de mujeres jóvenes te dejaste llevar por la euforia de los veintes y de los treintas.
Cuando volví a estar soltero, entendí lo que era el miedo al paso del tiempo, algo que nunca había querido ver. Encerrado en mi burbuja donde todo era perfecto, era difícil hacerlo. No obstante, tuve que conocer de nuevo el mundo real. Encontrándome de nuevo con mujeres que no eran aquella con la que compartí lecho. Y tan dolido estaba, tan triste estaba, que solo quería encontrarme de nuevo con mujeres jóvenes y sentirme así, de alguna forma, joven de nuevo.
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Un encuentro
Cuando uno tiene cierta edad, las mujeres jóvenes se acercan. Muchas con deseos de usarte, porque los hombres maduros como yo solemos tener más solvencia económica, mayor seguridad, etcétera. Y aquellas mujeres jóvenes, más que buscar un hombre con quien compartir el lecho, buscan un banco, lo que yo no soy, aunque pudiera.
Yo prefiero a aquellas mujeres jóvenes que valoran la experiencia. Valoran los años vividos y entienden que, hombres como yo, podemos cuidar bien de ellas en lo que a intimidad se refiere.
Cuando se tiene cierta edad y se es bien parecido, las mujeres jóvenes, naturalmente, terminan por acercarse a ti. Y como yo soy un hombre en todos mis cabales, por muy triste que estuviera al quedarme soltero, no podía dejar pasar el momento de acostarse junto a un cuerpo terso. Un cuerpo joven y lleno de vida. Con olores y esperanzas que las personas de cierta edad ya no tenemos. Pero lo que si tenemos es una dureza, un curtimiento que atrae y que termina por hechizar aquellas mentes, y aquellos cuerpos.
En fin, que los hombres jóvenes siempre tienen prisa. Todo es el orgasmo, correrse y no se detienen a pensar en el placer de su pareja. Los hombres de cierta edad si lo hacemos y nos dedicamos a darles momentos deleitosos y llenos de pasión.
Pero de entre todas las mujeres jóvenes con las que estuve en aquel periodo, antes de que decidiera volver a sentar cabeza de nuevo, hay una que resalta. Una chica que a simple vista podría parecer como el resto. No obstante, había algo en ella, un rayo de luz divina, su forma de hacer el amor o su forma de llevar la vida. Había algo en ella que la hacía inolvidable.
Mujeres jóvenes
Muchos hombres como yo prefieren a las mujeres jóvenes porque sienten que, de alguna forma, la vida se les va a acabar. Y eso es totalmente cierto, y quizás Al estar con mujeres jóvenes se aferran a la vida. Otros, solo quieren una chica que se rinda ante su experiencia o ante su solvencia, lo que a mi no me gusta. Si alguien se rinde ante mí, que sea por mis encantos, no por lo que puede haber en mi cartera.
Y esa chica, con sus garras de acero y ese cuerpo tan suave, me dejó marcas en la piel y en el corazón.
Con sus uñas me acarició, em hizo suyo, y a la vez me rasgó, me partió en dos.
Como nos conocimos, no importa.
Como todo siguió, tampoco importa.
Lo que en verdad importa son esas noches en vela. Esas noches en que, de alguna forma, en verdad me volvía a sentir como si fuera solo un chaval. Noches enteras, en que no salía de su interior más que para ir al baño. Que éramos uno por horas completas. Noches enteras en que las camas quedaban deshechas y nosotros deshechos en sudor.
Jornadas completas dedicadas al placer. Esa chica rebelde y yo, un hombre entrado en edad, viviendo una segunda y placentera juventud. Luchando por mantenerme erecto y disfrutando a cada segundo del esfuerzo. Especialmente esas veces contadas, pero tan mágicas, en que nos corrimos a la vez.
De vuelta con el corazón roto
La felicidad es una diosa caprichosa, que se ensaña con aquellos que la alcanzamos. Porque es cruel, como lo son muchas mujeres y muchos hombres. Quizás sean ellos los que en verdad pueden alcanzarla. Como sea, aquello terminó. La rebeldía de esa chica llegó a su fin. Volvió a su ciudad de origen y yo solo fui el hombre maduro con el que se acostó algún tiempo. Todo terminaba, no sin antes recibir las garras de sus uñas que hacían trizas mi corazón.
Y cuando le dije que solo me había usado, ella, insensible, y tan sexy como nunca fue, me dijo que sí. Que ciertamente eso era todo lo que quería. Que tonto había sido yo por pensar que algo entre una chica tan joven como ella y un hombre como yo pudiera durar.
Tiempo después volví a contraer nupcias con una antigua compañera de instituto.
Pero a veces, poquísimas y dolorosas veces, aquella chica vuelva a esta ciudad. Ciudad que a veces incluso me parece maldita. me envía un correo (siempre lo usamos) o me llama para decirme que me desea. Que desea usarme.
Y yo, por muy infiel que llegue a ser, no puedo contenerme, se que mi mujer, si tuviera un joven amante de su pasado que se apareciese, no dudaría en volver a sus brazos. Los míos son fuertes y le pueden dar cobijo, pero el vigor de la juventud es algo que todos anhelamos.
El miedo al paso del tiempo es algo que siempre experimento. Pero, en esas pocas veces en que vuelvo a follar como alguien joven, dejo de temer. Las mujeres jóvenes, y especialmente esa chica, me salvan un poco cada vez.
Fin.
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