Tetas naturales y dos hombres hambrientos
Cuando era más joven y aún vivía con mis padres, tenía una vecina que no podía dejar de mirar. Ella tenía las tetas operadas, muy bien hechas, y para mí era difícil dejar de mirarla. Creo que para mi padre también lo era, pues muchas veces escuché a mi madre decirle alguna cosa por ver los pechos de aquella chica. Pero cómo iba él a ignorar eso, pensaba yo en aquel momento, si a nadie le gustan las tetas naturales. O al menos era eso lo que yo pensaba.
No me gustaban mis tetas, principalmente porque no pensaban que pudieran ser atractivas para nadie. Pero era muy dura conmigo misma, porque para ser tetas naturales, no eran especialmente feas. En realidad, son bastante lindas, despojadas de cualquier marca, de un tamaño aceptable y un lindo color rosado.
Sin embargo, a esa edad me obsesionaba lo falso y lo que fuera casi perfecto; muchos hombres piensan igual, no les gusta lo que es real, sino lo que es artificial, y eso también está bien. Es que son hermosas unas tetas completamente redondas y estáticas, pero también hay belleza y vida en las tetas naturales, una belleza y una vida que, según comprobé con el paso del tiempo, suelen ser muy bien apreciadas.
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Tetas naturales
Apenas tuve edad suficiente, me hice un tatuaje sin decirles a mis padres. Aquella sensación de transgresión en la piel era excitante. Me lo hice en las costillas, justo debajo del pecho derecho y me escribí una frase que mejor no transcribo aquí. Pero creo que aquello era una preparación, una forma para darme valor para acometer la modificación corporal que en realidad quería hacer. Así que poco después de hacerme ese tatuaje, fui a hacerme unos piercings en los pezones.
Estaba muy apenada. Solo había tenido un encuentro sexual para ese momento, y había sucedido con las luces apagadas, así que el estar desnudos no había sido tal. Como tenía miedo, busqué un sitio donde fuera una chica la que hiciera los piercings, pero aun así el hacerlo supuso para mí un poco de vergüenza. Creo que ni siquiera mi madre me había tocado los pechos, y ahí estaba, frente a una extraña, exhibiéndole mis tetas naturales para que las perforara con una aguja y que, de esa forma, pudiera poner joyería en ellas.
Cuando me subí la camiseta, las pupilas de la chica se expandieron y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. Tenía el pelo corto, un montón de tatuajes y una camiseta de Slayer. Me dijo «qué lindas son», y me pareció que inmediatamente se arrepintió de haber dejado salir de su boca lo que estaba pensando, porque sus mejillas se llenaron de color, igual que creo que les sucedió a las mías.
Luego de esa frase, todo se sintió distinto, y lo que pudo haber sido dolor en primer lugar, fue un placer extraño.
Un orgasmo inesperado
Lo que esa chica no sabía es que aquel cumplido inesperado me había alegrado profundamente. A pesar de que se notaba que se sentía incómoda, yo no lo estaba. De hecho, cuando introdujo esa aguja filosa en mis pezones, como dije, de alguna forma sentí placer. Un placer al que, con el tiempo, volvería a recurrir, torciéndome los piercings o simplemente apretándomelos.
Cuando terminó, me dio las recomendaciones de una forma muy seria, lo suficientemente seria como para despejar cualquier duda con respecto a su profesionalidad. Yo, por mi parte, le di un abrazo y un beso en la mejilla. Si en aquel tiempo yo hubiese sido menos tímida, quizás hasta un beso en los labios le hubiese dado: había intimidad entre ambas, me había visto desnuda de la cintura para arriba. Si, ya, que así es como se ve todo el mundo en la playa, pero es que yo ni siquiera a la playa iba, pues no sentía mucha seguridad con respecto a mis tetas naturales. Ella se estremeció cuando le besé la mejilla. La volvería a ver, pero eso es otra historia.
Al volver a casa, me desnudé frente al espejo y volví a ver mis pechos. Esa vez mis tetas naturales no se veían como antes. No eran las joyas, que eran monas por lo demás. Era la forma en que las veía luego de haber recibido un cumplido. Viendo los pezones así de rosados, y las tetas un poco caídas, y viéndome a mí misma, que por alguna razón me sentía más sensual que de costumbre, me masturbé frente al espejo, y tuve un orgasmo viendo mis propios pechos.
Tetas naturales y dos hombres hambrientos
Es un efecto extraño el que producen las tetas en todos nosotros, porque todos nos amamantamos, tanto hombres como mujeres. Quienes no son amamantados, necesitan las tetas, porque las echan de menos. Y los que, si fueron bien amamantados, estuvieron lo suficientemente satisfechos como para quererlas y disfrutarlas, a fin de cuenta, fueron su única fuente de alimentos durante mucho tiempo.
Pero hay algo que solo nosotras tenemos, y es ese placer mayor de sentir que te las están chupando, como en este momento tengo a un hombre en la teta derecha y a otro en la izquierda, chupando, como si quisieran alimentarse de ellas.
Es una especie de alimento, el alimento sexual, es alimento para el alma. Veo las dos duras erecciones que tiene cada uno.
Están inclinados, son más altos que yo, pero cuando los tengo chupando mis tetas naturales, parecen un par de chiquillos, con los que puedo hacer lo que yo desee.
Tomo la polla de uno y lo masturbo, siento como se estremece. Con la otra mano, tomo la polla del otro, y también se estremece. Ambos beben del néctar invisible que derrama mi cuerpo.
Tomo por el pelo a uno de los dos y lo muevo hacia mi coño, que, si derrama un néctar verdadero, y restriego contra su boca en gemidos mientras el otro me sigue chupando los pechos.
Minutos después, mientras cabalgo sobre uno de los dos, y al otro lo tengo de lleno nen mi boca, recurro de nuevo a ese placer que tuve cuando me perforaron los pezones, y me los aprieto, recordando el placer de ese orgasmo que tuve. No pasa mucho hasta que llego a un orgasmo.
Un regalo
Y como me chuparon, ahora chupo yo. Sigo recurriendo a ese placer de apretar mis pezones, de disfrutar esa transgresión que me ha acompañado durante tantos años. Y estos dos hombres grandes, ahora reducidos a dos amasijos de carne desgastada, que necesitan correrse porque su vida depende de ello, me ven con los mismos ojos expectantes con que me veían cuando chupaban mis tetas naturales. Siguen deseándome. Quieren esa retribución.
Ambos se corren sobre mis tetas naturales y parecen disolverse como se disuelve la arena en el agua del mar. Casi caen al suelo, y yo me levanto, a ambos los beso en una mejilla, y me voy al baño.
Al ver mi reflejo, recuerdo cómo me masturbé aquella vez. Nos e porqué en esta situación particular pienso en ese momento, pero vuelvo a ver mis pechos, mis pezones rosados, y siento un pinchazo, una punzada. Entre mis piernas si hay un elixir, que es diferente al maná, porque nunca me termina de saciar.
El fin.
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