Una experiencia lésbica
Nunca he dudado de mi sexualidad. Desde que era una cría siempre supe que me gustaban los chicos.
Puedo contaros incluso cuando fue la primera vez en que sentí algo por un chico. Tendría alrededor de 6 años y me encontraba el parque cercano a mi casa. Recuerdo que entonces vi a esteban, que era un niño un poco mayor que yo, que también estaba jugando en el parque junto con sus amigos. Sus ojos eran azules como el cielo y tenía el pelo corto, porque su padre también lo usaba así.
El tiempo no pasa en vano en la vida de las personas, y una persona tan enamoradiza como yo difícilmente podía evitar el enamorarse de cuanto chico se cruzara en mi camino. Solo que, pasada cierta edad, el enamoramiento idílico que solo pueden sentir los chiquillos dio paso a algo más adulto. No me refiero a esa necesidad que tienen algunas personas de encontrar una pareja con la cual podrán estar el resto de sus vidas. Más bien me refiero a algo tan adulto como es el deseo. El desear a alguien y querer tenerlo en medio de mis piernas empujándome, aunque nunca había sentido eso. El querer sentir los labios de un chico en mi coño a pesar de que el único tacto que había sentido allá abajo eran mis propias manos, suaves e inexpertas.
Curiosamente, aunque sentía ese deseo, nunca me abandonaba a él. Solo miraba e imaginaba; adoraba dejar volar mi imaginación. Todo esto hasta que, ya siendo una adulta, decidí que me dejaría llevar por el deseo. Y así hice.
Me divertí con todos los hombres que pude durante, ¿cuánto? ¿Un año, quizás dos? pero entonces me atacó ese otro sentimiento adulto, del que tanto había escapado. Ese sentimiento de quererme quedar toda la vida junto a alguien.
Él era un hombre increíble, de cuerpo atlético, amplia solvencia y carrera en ascenso. Algo que me volvía loca era siempre verlo vestido de forma muy pulcra, ya que su trabajo se lo exigía. Me parecía el hombre con quien debía permanecer toda mi vida, y traté de convencerlo (de todas las formas posibles) que yo era la mujer de su vida.
Esto funciono, al menos durante un tiempo. Nos volvimos novios formales y nos prometimos. Lamentablemente, él nos e sentía como yo. Mientras que yo había dejado de divertirme con otras personas, reservándome únicamente para él, no pude evitar darme cuenta de que él era un chico sin autocontrol, por decirlo de alguna forma. Un par de veces lo perdoné, porque lo amaba tanto y deseaba tanto quedarme con él… pero al encontrarlo con una rubia desnuda sobre él (quien, dichos sea de paso, era su compañera de trabajo), decidí que todo debía terminar.
Pasó mucho tiempo en que estuve muy frustrada. No quería tener nada que ver con los hombres. «Todos los hombres son iguales», me repetía a cada rato, pero tampoco quería nada con las mujeres. Siempre me gustaron los hombres, pero me sentía tan molesta, tan frustrada, tan engañada… y a la vez sentía tanto deseo, no de mi mano, sino de un caporo caliente junto al mío, en ese acto tan humano y tan placentero que es el follar… todo esto colaboró para que termianra por convencerme de intentar estar con una mujer.
No es una conclusión a la que llegué fácilmente. Y no creáis que no intenté divertirme únicamente con los juguetes. Pero la verdad es que también quería experimentar. Ahora que estaba soltera y que aún tenía el corazón roto, decidí probar estar con una chica.
Aunque pude intentar como todo el mundo, a través de una red social, decidí que si iba a estar con una chica, entonces tendría que se runa que en verdad supiera satisfacer a otra mujer. Aunque estoy segura que una mujer promedio debe conocer un poco más sobre el placer femenino que los hombres, yo quería a una diosa, de cuerpo esbelto y técnicas ocultas, que me echara en la cama como lo haría una verdadera Afrodita, y me follara como lo merecía para lograr olvidar todos mis problemas.
Fue de esta forma en que contacté con ella, una escort de lujo de mi ciudad. Pelo negro, como el mío, ojos enormes y brillantes. Algo que me llamó la atención fueron sus labios, rojos como el infierno y el corazón, haciendo juego con la pintura de sus uñas largas y los tacones largos que llevaba puestos. Al verla, tuve una ligera fantasía en la cual esas uñas largas se deslizaban por mi cuerpo, y el estremecimiento hizo que me decidiera por ella.
Encontrándonos en una habitaicón las dos solas, estoy segura que ella podía notar mi miedo. Sin embargo, me veía como una cazadora ve a su presa. Yo siempre fui la cazadora, quien apuntaba hacia los hombres y tomaba su placer de ellos. Pero en ese momento sentía que el placer iba a ser tomado de mi cuerpo, incluso aunque yo sería quien recibiría los servicios especiales…
Recuerdo como se sintieron sus labios contra los míos. Eran suaves como una flor, y a la vez estaban húmedos, como los míos. Dos flores chocando, pero a la vez siendo apasionadas y violentas. Su tacto también era suave, como una caricia, pero era a la vez firme. Sus uñas, que seguían siendo rojas, se deslizaban, como en mis fantasías, por mi cuerpo, y me acariciaba zonas que ni sabía que podían darme placer.
Al sentirla tocar el punto central, aunque fue solo una leve caricia, me estre3mecí con violencia. Mi cuerpo se llenó de espasmos tan placenteros que no sabía cómo sentirme., todo aquello era solo generar tensión. Muy diferente a como sucedía con los hombres, que no tardábamos mucho en ir al grano. Ella, por su parte, se tomó su tiempo en jugar con mi cuerpo, excitarme, reírse y divertirse. Me besaba con su boca suave y jugosa, e iba bajando…
Al llegar al punto máximo, mi centro, ya estaba lo suficientemente excitaba como para recibirla con todo el esmero del mundo.
Aunque esperaba algo parecido a una penetración, el juego de lengua que recibí me afectó tan profundo que sentía que incluso mis órganos internos vibraban. Esa lengua exquisita, lésbica y letal, me volvía loca.
Mi cuerpo se sentía ligero, atravesado por los espasmos como los rayos que caen sobre la tierra. Las lamidas se sucedían, el juego con mi centro era delicioso, y no podía siquiera pensar en otra cosa.
Un dedo, dos dedos… tres dedos entraban mientras su lengua me acariciaba como solo ella podía hacer. La apretaba y me retorcía, ella se reía y gemía junto conmigo. Escuchar gemidos femeninos en vez de los gruñidos masculinos me daba una sensación de complicidad; ella disfrutaba de la manera en que yo disfruto y me estaba acariciando como a una igual.
Y fueron estas manos tan expertas y deliciosas las que me llevaron hasta el sol y la luna, hasta una explosión, hasta otro planeta, hasta la cima y el cielo. Me llevaron hacia un clímax tan alto y tan largo que sentí que nunca iba a bajar.
Pero cuando estuve de nuevo en el suelo, casi desmayándome, sus labios me despertaron, con besos y caricias, diciéndome:
—¿Te gusta tu sabor? A mí me encanta…
Junto con esta, otras guarradas me empezaban a calentar la oreja. Y aunque me sentía muy cansada por el orgasmo que acababa de tener, todo lo que quería era inclinarme sobre ese cuerpo perfecto de mujer y ser yo quien le comiera el coño, haciéndola retorcerse de placer como ella me había hecho a mí.
Fin.